miércoles, 4 de marzo de 2015

Oniria Server 4



Backup #4  -  Shadow_Nyx

Me caía. Me levantaba. Me volvía a caer. El suelo inestable  se movía como si una mano gigante estuviera agitándolo a propósito. Trozos de techo caían por doquier y las vigas se doblaban como si fueran de goma. Medio gateando medio arrastrándome, logré seguir a mi hermana hasta la puerta. Ella tiraba de mí para que me levante pero caí una vez más. Mis piernas estaban tan inestables como mi sentido del equilibrio. A lo lejos se oían los hiperpropulsores de un batallón de deslizadores que habían llegado para evacuar la zona entera. También oigo gran parte de los gritos de la gente que aún se encontraba en el edificio. Para intentar volver en mí, respiré hondo con los ojos cerrados un par de veces. Al abrirlos, vislumbré el rostro preocupado pero sereno de mi hermana.

-¿Puedes levantarte? Tenemos que seguir.

-Yo… Arriba, vamos…

De nuevo me ayudó a incorporarme. Esta vez pude aguantar en pie lo suficiente como para despreocupar a Natsuki y subir por las escaleras. Gran parte de ellas y de las barandillas se habían precipitado contra el suelo, torcido o cedido bajo restos de escombros. Teníamos que saltar escalones de tres en tres casi todo el recorrido. Llegamos a la primera, la segunda, la tercera… El reducido espacio de las escaleras, la falta de ventanas, las violentas sacudidas que daba el edificio y los escombros cayendo nos complicaban más y más el ascenso.  Ella conseguía calmarse con la adrenalina y yo concentrándome en el servidor y lo que nos había costado llegar hasta ahí. Perdíamos la cuenta de las plantas que seguíamos subiendo. En cada una había de dos a tres puertas metálicas idénticas a la que nos había dado acceso a la escalera. Muchas de ellas estaban fuera del marco, rotas o habían cedido junto a las paredes. En algunas de las estancias que veíamos a través del rabillo del ojo, había ventanas cegadas por humo negro que ascendía más rápido que nosotras. Mi hermana había tomado la delantera hasta que soltó un grito roto y paro en seco, a punto de caer hacia atrás.

-¿¡Qué ha pasado!? – Mi voz apenas se oía por encima del bramido del edificio.

-No pasa nada, es solo un calambre.

Se puso de pie de un salto y siguió corriendo como si nada, pero a los pocos escalones se tambaleó y tuvo que apoyarse en la barandilla… Justo en el momento en el que un pedrusco se llevó por delante siete escalones al caer.
             Corrí a sujetar a Natsuki para que no cayese. Se había quedado justo al borde. El tramo de escalera era salvable pero ambas estábamos lejos de estar al cien por cien de nuestras capacidades. De mi chaqueta extraje una gruesa cuerda de goethita. Anudé un as de guía y lo lancé hacia el otro extremo. Mi nudo se sujetó varios escalones por encima al primer intento. En cualquier otro momento, Nyx se habría burlado de mi suerte, pero al mirarle estaba seria, con el ceño fruncido mirando al nudo.  Ato el otro extremo al enganche de mi cinturón y sujeto bien. Aseguro el nudo tirando. Estaba preparado. Repentinamente los temblores se redujeron por un momento. Sin pensarlo dos veces, mi hermana y yo nos agarramos la una a la otra y saltamos como pudimos.
           
             La cuerda hizo su trabajo. Nos mantuvimos durante un segundo con las piernas en el vacío y yo trepé cargando con mi hermana.
 
-Se ve que los hackers no ejercitáis tanto los brazos, ¿verdad?

Mi hermana se había olvidado la sonrisa escaleras abajo. Con un gruñido, se puso en pie y me ayudó. Así llegamos al penúltimo piso. Al mirar hacia arriba podíamos ver las cámaras flotando sobre una compuerta circular con una pequeña rendija en medio. Unos pesados pasos sonaron sobre el metal. De la puerta del penúltimo piso surgió un soldado armado que miraba en todas direcciones. Estuve a punto de atacarle cuando recordé nuestros trajes anti-presencia que refractaban y reflejaban la luz, haciendo que la vista detectara la luz que había de fondo a no ser que se llevara unas gafas como las nuestras. Además, tenían inhibidores térmicos, lo que nos hacía invisibles ante los visores térmicos de las cámaras y los agentes y soldados. Este se dirigió hacia la escalera y nos condujo hasta el último piso.
         
             Al llegar al frente de la compuerta, el hombre introdujo una clave en un panel lateral que se encendió a la derecha. Después, las cámaras se fijaron en él, que mostró una identificación como respuesta y un orificio se abrió a la izquierda. Cogió un cuchillo de su cinto y se hizo un corte en el antebrazo, que introdujo en el orificio, apretando con la otra mano para dejar caer la sangre. Natsuki y yo nos miramos, algo desorientadas. Tras varios sonidos mecánicos al otro lado de la compuerta, esta finalmente se abrió lentamente. Pudimos reaccionar a tiempo para darle un golpe seco con la palma de la mano en el cuello y cruzar el pasillo que había al otro lado hasta llegar a una estancia pequeña a modo de recibidor. Dejamos al inconsciente soldado en una esquina, pero una cámara estaba enfocando hacia la entrada. Una cámara que detectó un cuerpo inconsciente siendo movido por entes invisibles. Casi de manera simultánea, las sacudidas volvían a agravarse y empezó a sonar una alarma de alerta acompañada de paredes laser verdes que cruzaron de un lado a otro de la sala, cerrándonos el paso por el pasillo y las paredes de la estancia. Miré a mi hermana  y segundos antes de que los láseres nos calcinaran, presionó el botón de su muñeca, tras lo que la luz se apagó y los láseres se disiparon. Ninguna de las dos había suspirado nunca como lo hicimos entonces.

             Apoyándonos en las paredes avanzamos por el pasillo de la derecha. Según los planos, había varias maneras de llegar al servidor, pero la más segura y rápida era esta. Para despistar a los vigilantes, nos separamos y fuimos por dos pasillos distintos desactivando cámaras. Al cruzar la última esquina, activé una bomba de pulso decibélico para desactivar todas las cámaras del pasillo que iba a abandonar. Me reuní con mi hermana y atravesamos la pared con el láser concentrado para acceder a una escalera automática que llevaba a la segunda planta del almacén.

             Justo antes de llegar a la segunda planta, una lluvia de balas de torreta destrozó la pared en la que estaríamos nosotras al subir en cuestión de segundos. Gracias al aviso, arrojamos una bomba de pulso cada una y las torretas y cámaras se destruyeron con estallidos eléctricos. Sin perder un segundo, atravesamos la siguiente estancia con cautela.  Cada esquina se llevaba un par de nuestras bombas mientras las cámaras nos buscaban en cada rincón. En un corredor encontramos un par de soldados que reparaban los paneles de regulación de oxígeno, daba la impresión de que nadie les había avisado de que el edificio se iba a caer. Parecían haber oído nuestros pasos, ya que ambos abrieron fuego en nuestra dirección antes de que nos diera tiempo de ponernos a cubierto. Saqué mi cañón de electrones y disparé al techo, haciendo que cayera sobre los confusos soldados. 

-¿Te han dado? – Me preguntó Natsuki en un susurro.

Tenía un roce de bala en el abdomen, pero no era grave. Mi hermana estaba ilesa. Continuamos por el pasillo opuesto y las gafas nos avisaron de la presencia de la próxima escalera. Los láseres hicieron su trabajo una vez más.

             Así avanzamos hasta la octava planta y solo quedaban tres. En esta planta había pasillos separados por varias filas de arcadas. Detrás de cada columna, había un grupo de soldados. Estos no estaban programados así que no empezaron a disparar al alejarnos de la escalera. Nuestros pasos estaban solapados por la vibración del edificio. Había pasado mucho tiempo y no caía ni se derrumbaba. Por otro lado, había soldados en el almacén. Eso significaba que el edificio no había sido totalmente evacuado. Algo no andaba bien. Uno de los soldados dio unos pasos adelante y otro le siguió. Caminaban inseguros apuntando al vacío y se acercaban cada vez más. Nos apartábamos hacia la izquierda, lejos de la escalera, cuando un estruendo empezó a sonar desde el piso de abajo. A los pocos segundos una de las puertas metálicas de abajo salió volando por el hueco de la escalera. Las balas de los agentes hicieron múltiples muescas en la puerta antes de caer, pero no llegaron a atravesarla. En cuanto tocó el suelo, de la escalera apareció una segunda puerta metálica que corrió hacia los soldados y los apartó noqueándolos. Nosotras nos apartamos justo a tiempo para esquivarla y ver tras ella al soldado de pelo platino, que portaba un blindaje enterizo de fibra de carbono portando la puerta a modo de escudo. Todos los soldados del flanco izquierdo le disparaban sin pausa sin poder atravesar la puerta. Mi hermana y yo corrimos hacia el flanco derecho y disparamos varios cañonazos de electrones hacia la escalera, haciendo que una nube de chispas llamara la atención del resto de soldados. Corriendo en sentido contrario al que los hombres y mujeres armados se dirigían, llegamos al final de la estancia donde un elevador convencional esperaba. Natsuki se giró. El soldado platino había sido acorralado por los soldados del flanco izquierdo y resistía tras la puerta. Traté de tirar de ella pero se zafó y disparo hacia la arcada. Gran parte de los arcos cayeron sobre los soldados y platino salió corriendo hacia el elevador. Una vez nos alcanzó, subimos los tres por él.

             El elevador nos hizo ascender hasta el tercer piso. Nos quitamos las capuchas y el soldado de platino, claramente sobresaltado y armado con dos muñequeras de plasma, nos apuntó a ambas antes de que pudiéramos recuperar el aliento.

-¿¡Qué hacéis aquí!? – Exclamó en japonés.

-Soldado, hablas con tus superiores, muestra más respeto. – Replicó Natsuki jadeando.

-Vosotras mismas habéis dicho que no habéis venido en calidad de militares. No lo preguntaré una vez más. – En la punta de sus índices empezaba a brillar una luz azul.

-Baja las armas. Es una orden. – Dije. Mientras platino miraba a Natsuki, yo había aprovechado para apuntarle. No parecía estar tan bien entrenado. – Y ve identificándote.

Mientras yo le daba la orden, Natsuki había pulsado el botón de su muñeca, así que el plasma quedó inutilizado. El soldado nos miraba desafiante.

-Soy Wang Bojin – Dijo tras unos segundos de duda. – Y vosotras no deberíais estar aquí.

El elevador nos dejó en la sala sur de la décima planta. Al pisar el suelo, le arrinconamos en la pared opuesta a la puerta, apuntándole. 

-¿Qué hace aquí un soldado de nuestro ejército? – Pregunté.

-No lo entenderíais… Son cosas de mayores. – Bojin nos miraba, desafiante, mientras sus ojos buscaban una manera de escapar. – No tengo tiempo que perder con vosotras, esta es mi última oportunidad.

Pretendía dar un paso hacia nosotras cuando Natsuki intervino.

-Ni un paso, Wang. ¿Quieres decir que estás buscando el último servidor?

Si no estuviera fijo al resto de su cara, a Bojin se le habría caído el maxilar inferior al suelo. Miré a mi hermana con reprobación. No debería haber mencionado nuestro objetivo.

-¿Será posible? – De repente, al soldado se le iluminó el rostro. – ¿Eso quiere decir que vosotras también estáis aquí por Somnus Nott?

-Eso no es asunto tuyo, Wang. – Dije fríamente, apuntándole con firmeza.

-Espera, si sois hermanas gemelas y vais tras el último servidor… – Bojin se empezó a reír. – ¿Vosotras sois las hermanas Shadow? 

Mi hermana y yo nos miramos y pude intuir que ella sentía la misma confusión y perplejidad que yo. 

-¡Esto es genial! Estamos en el mismo bando, somos del mismo ejército, ¿por qué no colaboramos? ¡El último servidor oniria se lo llevará el ejército japonés!

Hijo de puta. Aprovechando nuestra duda y la sorpresa momentánea, se abrió paso apartándonos a los lados para abrir la puerta metálica y arrancarla de sus goznes. Logré a acertarle en el hombro pero eso no le impidió  correr por el corredor central del almacén derribando a los soldados. Mi hermana me ayudó a levantarme y salimos corriendo tras él. La estancia era casi tan alta como la planta doscientos doce. Las paredes negras con franjas LED de color azul conferían al lugar el aspecto de un ataúd gigante y oscuro. Platino se había confiado demasiado. Su puerta metálica no podría con las torretas de la mitad del corredor. Usé mi laser en cuanto mis gafas me avisaron. Nos pusimos de nuevo las capuchas y pasamos  a la habitación contigua, que era una simple oficina bien iluminada y con ventanas amplias. Las luces rojas del sol poniente estaban corrompidas por el humo negro que aún salía de los pisos inferiores. Corrimos hacia el final de la oficina esquivando sillas y escritorios hasta chocar contra la pared. Usamos nuestros láseres y un festival de chatarra de acero nos recibió al otro lado. Bojin estaba despedazando las torretas una a una con sus propias manos. Mientras tanto, el resto de las que no había destruido disparaban hacia el techo, haciendo que la puerta-escudo de platino pareciera flotar en el aire, impulsada por los disparos de plasma que recibía. Mi hermana elogió su táctica de distracción, sinceramente impresionada.

             Una compuerta similar a la de la entrada nos separaba del extremo norte. Del servidor oniria. Mi hermana, inspirada por platino, disparó un cañonazo de plasma tras otro hacia las torretas, que dejaron caer la puerta. Bojin se volvió y nos buscó con la mirada, sin éxito. Entonces comprendió lo que había hecho Nyx con la puerta y volvió a la carga; recogiendo su preciada puerta hecha añicos. Se situó detrás de una torreta y lanzó el amasijo de metal hacia la compuerta, haciendo que todas las torretas dispararan automáticamente en esa dirección y acertaran a la puerta… Y a la compuerta. Se produjo una potente explosión que nos hizo caer hacia atrás. Repentinamente decenas de soldados salieron desde el hueco que las torretas habían creado solo para ser alcanzados por su sistema de defensa a base de plasma.

-Y por eso usar torretas automáticas es una estupidez. – Parecía que Natsuki volvía en si.

Con nuestros cañones evitamos el avance de los soldados que no habían probado el fuego amigo. Bojin intentó avanzar pero el fuego cruzado le habría asado la cabeza sin la protección de su puerta. En cuanto los soldados dejaron de salir, nuestras bombas de pulso decibélico inutilizaron las torretas y nos colocamos apoyadas en el hueco de la compuerta. Echamos dos pares más de bombas cada una y entramos. 

             La sala consistía en un suelo y un techo de forma heptagonal, de color azul oscuro e iluminados por LEDs igual que en el pasillo y paredes de óxido de aluminio transparente. Era un enorme mirador, reforzado con rejillas de tungsteno. Del suelo salían paneles holográficos con escritorios y sillas. Una rampa cruzaba la parte más alejada de nosotras en espiral ascendiente, rematada en el centro, a varios metros de altura, por un templete de fibra de carbono y cristal. Había soldados apostados en todos los rincones cubiertos tras trincheras improvisadas al tumbar los escritorios. Dimos un rodeo para llegar hasta el otro extremo. Solo la rampa nos separaba del mayor tesoro que podíamos imaginar. Cuando empezamos a subir, un pequeño grupo de soldados avanzó para reparar la compuerta, pero no llegaron ni a tocarla. Bojin había reparado sus muñequeras y disparado a todo lo que se moviera. Las cámaras y soldados de la sala sí lo detectaron a él. Abrieron fuego de bláster y cañones de plasma en su dirección, pero él había rodado hasta situarse tras un escritorio también. En el fuego cruzado, varios disparos rompieron parte del ventanal.  Fue entonces cuando lo vi.

             Había un satélite. El edificio sí contaba con uno, estaba girando lentamente alrededor de los pisos superiores. Era un armazón esférico de un metal negro con ventanales y torretas en toda su superficie. Torretas como las que había en el hangar, más grandes, pesadas, poderosas y manuales. Era el satélite, compartiendo su centro de gravedad con el edificio el que impedía que este cayera. Los pisos intermedios habían sido destrozados por la explosión y la onda expansiva, pero la parte alta no caería fácilmente. También nos imposibilitaba la huida. Un gigadeslizador no podía hacer nada contra un satélite armado hasta el núcleo. Por lo visto, Bojin también acababa de darse cuenta. Disparó hacia el satélite, sin ningún resultado; estaba a una distancia notable, protegido por campos de fuerza. Nosotras habíamos alcanzado el pequeño templete, donde una pantalla LED nos solicitaba una clave. “Número de fallos permitidos: 0” Mi hermana pulsó otro botón en su muñeca para desplegar el teclado holográfico que emitía una luz dorada. Comenzó a teclear cuando los soldados advirtieron el reflejo del teclado y abrieron fuego también contra nosotras. A pesar de tener un mal ángulo y estar a varios metros de altura, los láseres y blásters pasaban demasiado cerca de nosotras. Varios soldados rodearon la rampa, pero fueron eliminados por Bojin en poco tiempo. Mientras mi hermana tecleaba a toda velocidad, Bojin había hecho avanzar su escritorio. El satélite se acercaba y parecía haber sido alertado. Los disparos iluminaban la sala y los soldados empezaban a gritar, amenazándonos en chino. Yo disparaba de vuelta escondida tras las barras de la rampa, causando bajas, pero no las suficientes. Entonces mi hermana exclamó:

-¡LO TENGO!

Un láser hizo que saltaran chispas en la rampa, saliendo disparadas hacia las dos. Natsuki resistió y se cubrió, pero a mí me dieron de lleno en la cara. Soltando un grito de dolor y aferrándome a las barras, cerré los ojos que me ardían con fuerza, junto con el resto de la cara. Oí otro grito de aviso de Natsuki.

-¡¡Vienen más al otro lado de la compuerta!! – Oí que había empezado a disparar. 

La cara me ardía tanto que me hacía perder los sentidos. Intentaba abrir los ojos y noté el sabor de lágrimas de sangre que habían llegado hasta mi boca. Las gafas se habían marchitado así que las tiré. Poco a poco recuperaba la vista, de no ser por las gafas habría sido peor. Cuando pude ver, los soldados habían abierto un boquete en el suelo de la rampa y disparaban desde abajo, justo frente a la pantalla donde Nyx tenía que desplegar el teclado para acceder al servidor oniria. Ella respondía al fuego con el cañón de electrones, pero eso solo hacía que el boquete creciera. Al otro lado de la compuerta, efectivamente, más soldados se desplegaban y corrían hacia la rampa. Disparé para hacerlos retroceder y el fuego de cobertura de Bojin lo delató. Con soldados disparándole desde todas partes, se refugió tras el poco escritorio que quedaba y pareció hacerse el silencio.
           
             En cuestión de segundos, Natsuki logró introducir el código. Uno de los soldados acertó en su hombro izquierdo. Un campo de fuerza se desplegó a lo largo del templete dejando una apertura y nos arrastramos hacia ella. La apertura se cerró y una luz cegadora invadió toda la estancia. Una última bomba estalló tras el escritorio en el que se hallaba Bojin.

             El campo de fuerza nos protegió del derrumbamiento de todo el extremo norte del décimo piso del almacén. Los soldados se pusieron a cubierto. Los escombros rebotaban contra el campo de fuerza. Todo el techo se vino abajo y las torretas del undécimo piso dispararon alocadas por doquier. De pronto, el templete ascendió por el campo de fuerza. Mientras adquiría velocidad y dejábamos atrás la sala, del suelo surgió un pedestal heptagonal con una caja envuelta en seda. Nyx y Ker nos mirábamos, exhaustas e incrédulas. Natsuki se dejó caer y apoyo la espalda en una columna del templete, cerrando los ojos y llevándose la mano al hombro. Yo retiré la seda. Rompí la caja. Dentro había un maletín negro de fibra de carbono. Abrí el maletín y solo había un sobre. No pude contener las lágrimas cuando vi lo que había dentro. Mi hermana me miró.

-Lo conseguimos… – Se quitó las gafas. Sus palabras me hicieron el corazón añicos.

Entonces el templete cambió de rumbo durante unos momentos y volvió a subir hasta detenerse en el hangar principal. Vimos el cielo oscurecido por el humo. Vimos cientos de torretas pesadas y más hangares por todas partes. No había ningún soldado. Pero eso no era lo más impresionante. De dimensiones similares a las de la Torre de Shanghái, justo enfrente del gigantesco balcón y como si estuviera posado en las nubes, vimos el satélite. Un satélite cubierto por torretas y soldados que estaban preparados para disparar. Sin embargo, ya no giraba. No estaba cubierto por campos de fuerza.  Pero se iluminó. Y no era luz natural. Eran los miles de láseres y blásters que disparaban a discreción contra nostotras. Aun protegidas por el campo de fuerza, la potencia de fuego del satélite hacía retumbar y hasta en ciertos momentos desestabilizarse a nuestro escudo. Justo al lado del satélite, nuestro gigadeslizador se aproximaba. Shadow_Nyx se había quedado paralizada. Shadow_Ker le abriría una vía de escape. Ajustándome el traje anti-presencia, envié un mensaje al gigadeslizador “Rescatad a Natsuki”. Entonces le di el maletín y salí corriendo al exterior. Ni si quiera el satélite pudo apreciar que alguien había salido del campo de fuerza debido al traje. El viento se arremolinaba y el humo me quemaba los pulmones. Apenas había oxígeno, los reguladores estaban destrozados debido a las explosiones. Conseguí llegar hasta una torreta y apunté hacia el satélite. Si volvían a activar los campos de fuerza, no habría nada que hacer. Escuché a mi hermana gritando a lo lejos. Disparé contra los mandos de la torreta y comenzó a disparar sin control. El fuego del satélite se movió, destrozando el suelo del hangar y dirigiéndose hacia la torreta. Activé una segunda torreta y monté en una tercera, a la que cargué todas las bombas de pulso decibélico que me quedaban. Las tres torretas pesadas propinaron potentísimos cañonazos hacia el satélite. Tal era su potencia que con la inestabilidad del suelo, los anclajes de las torretas se hundían cada vez más. Acerté una y otra vez contra los ventanales del satélite, reventando su exterior, tras lo que concentré mis disparos con los de las otras dos torretas, hacia el núcleo.

             El gigadeslizador estaba recibiendo cañonazos también, pero con los escudos activados y con el satélite fijo en mí, apenas si conseguían desestabilizarlo. Entonces el satélite alcanzó mi torreta, pero yo había conseguido saltar hasta la siguiente. De pronto las bombas explotaron. El pulso decibélico acabó con gran parte de las torretas del satélite. Activé dos torretas más y corrí hacia la quinta. El humo y la ceniza hacían que mi garganta se quemara por dentro. Pero después, victoria. Con cinco torretas pesadas bombardeando una gigantesca esfera de metales, fuego y humo. Y el suelo bajo mis pies cedió. Mientras veía el satélite sufriendo una explosión tras otra, caí. Incluso a punto de estallar, sus disparos alcanzaron las torretas, lanzándonos por los aires junto a buena parte del suelo. Miré por última vez a mi hermana. Había dejado de llorar. Miraba en mi dirección. Se había puesto las gafas, por lo que podía verme. El gigadeslizador estaba destrozado, pero sobrevolaba el campo de fuerza donde estaba Natsuki. Y ya no pude ver más. Caía. Atravesé las nubes. La ciudad de Shanghái se extendía bajo mis pies. Volaba. Cada vez más rápido. El viento me hacía mucho daño, pero poco importaba ya. Mi cuerpo cedió ante el viento y se agitó descontrolado. Mi hermana tenía la llave. Mi hermana alcanzaría la gloria por las dos. Giraba, caía. La coronel de la Fuerza Aérea del Ejército Imperial Japonés con miedo a las alturas había aprendido a volar. Entonces todo se volvió negro y yo, Shadow_Ker, dejé de existir.
               


viernes, 27 de febrero de 2015

Oniria Server 3



Backup #3  -  Shadow_Nyx

Las puertas del ascensor se abrieron. Nyx y yo salimos camino a la calle con paso lento y tranquilo. Nuestras pulsaciones se habían sincronizado; no podíamos permitirnos sentir nerviosismo. Las luces led que iluminaban suelo y techo conferían un azulado ambiente de paz, complementado con la protección de las ventanas de cristal de Ares, que aislaban el vestíbulo donde nos hallábamos del bullicio de Shanghái. Al vernos, hombres y mujeres que trabajaban en aquellas instalaciones se irguieron en firmes y nos brindaron un solemne saludo digno del mejor ejército. Las pantallas de las paredes mostraron la bandera de Japón y acto seguido comenzó a sonar el himno. Mi hermana presionó un botón en su muñeca y de repente todas las luces se apagaron durante un par de segundos. En la oscuridad y en voz baja, se encargó de calmarles antes de que empezaran a cantar:

-Agradecemos vuestra cálida acogida, soldados. Sin embargo, hoy no estamos aquí en calidad de militares, sino en una misión clasificada y personal. Os rogamos que actuéis con naturalidad y no deis informe alguno acerca de nuestra presencia en China.

Un soldado estuvo a punto de gritar “¡sí señora!”, pero el que estaba junto a él le propinó un codazo en las costillas. Al volver la luz, la formación se había disuelto y todos fingían indiferencia, pero se volteaban a mirarnos cuando pasábamos por su lado. Todos excepto uno. Un soldado con el pelo teñido de platino, de facciones duras y tez bronceada. Era alto y fuerte. Vestía una camiseta blanca ceñida y pantalones y botas militares. Estaba apoyado en una columna, cruzado de brazos y mirándonos fijamente desde que salimos del ascensor. Su mirada permanecía en calma, pero parecía que podía ver a través de mí. Sin darme cuenta, me había quedado quieta. Mi hermana me miró y luego miró al soldado y me atrajo de un tirón para dar los últimos pasos para salir del edificio.
            Habíamos aterrizado en un cuartel militar que nuestro padre y yo visitábamos con frecuencia para proveer al anexionado ejército chino de tecnología armamentística. Normalmente tras cantar el himno japonés, los soldados anunciaban nuestra presencia por todo lo alto, llegando incluso a organizar desfiles en formación conmigo y mi padre a la cabeza. China en general se sentía en deuda con Japón. Durante la Guerra Espacial, Rusia, China y Estados Unidos entraron en una honda crisis económica y de recursos naturales que golpeó duramente a su población. Al quedarse sin materias primas, las tres naciones procuraron importar de todas partes del mundo, y Japón, que había conseguido llegar a Ares en dos mil setenta y ocho, era el único país de la Tierra que podía ayudar a los tres a la vez. Y lo hizo. El planeta rojo fue una fuente de ingresos de por vida para nosotros y la deuda de las tres grandes naciones se incrementó hasta lo absurdo. Además, la intervención de nuestros hackers y las flotas de Japón en Ares que habían sido construidas en el más estricto de los secretos, dieron la vuelta a la guerra. Así, Japón consiguió hacerse con el sector terrestre y lunar en el espacio y Rusia, China y Estados Unidos quedaron tan tocados que suplicaron  anexionarse a nosotros para sobrevivir, todo ello en dos mil noventa y tres. Mi hermana y yo teníamos dieciocho años cuando fuimos a la guerra. Diecinueve cuando volvimos victoriosas.

            Shanghái era una marea de metal, cables y gente. Sus edificios se burlaban de la gravedad adquiriendo todo tipo de formas y figuras. El río黃浦Huáng Pǔ cruzaba la ciudad y estaba plagado de puentes que conectaban una costa con la otra. Al otro lado del río no había tantos edificios. Pero uno de ellos lo compensaba. La Gran Torre Central de Shanghái impresionaba aún más en directo. Era necesario girar la cabeza para poder mirar su base de punta a punta. Tenía cientos de portales gigantescos de lunita, un metal precioso negro brillante hecho con roca lunar. Por encima de los portales se erguía una vasta construcción que miraba a las nubes por encima del hombro. La inmensidad del tamaño de ese edificio estuvo a punto de romper mi compostura, pero fue suficiente ver la cara de emoción contenida de mi hermana para recuperarme.  Inmensas tuberías rodeaban al edificio creando una espiral ascendente, cuyo final escapaba a la vista del ojo humano. El reflejo en sus ventanales de óxido de aluminio le daba un aspecto celestial; parecía que el metal y el grafeno habían secuestrado al cielo. Sin mediar palabra y con la boca seca, nos pusimos en marcha para cruzar el río.

            A pesar de haber plagado el cielo de aerodeslizadores hace décadas, aún había gente que conducía por el suelo. El tráfico en carretera estaba regulado por los puentes. Muchos de ellos giraban o se bifurcaban para distribuir mejor a los conductores. Sin embargo en la aerocarretera y en el espacio aéreo, los deslizadores podían desplazarse en tres dimensiones y eran regulados por torres y satélites con información sobre tráfico aéreo. Además, los deslizadores tenían de fábrica un inhibidor que les impedía corromper el tráfico aéreo en la ciudad. Era incorruptible, según tenía entendido. Era, sí, porque mi hermana señalaba un deslizador que, aunque prudente, estaba siendo dirigido al margen del tráfico. No llamaba mucho la atención ni causaba problemas, simplemente iba por donde no debía. Mientras cruzábamos el puente a pie, el deslizador pasó a nuestro lado en la misma dirección. Al no ir demasiado rápido, en el asiento del conductor pude reconocer a un hombre de facciones duras y cabello platino.

            Mi hermana me miró sonriendo con malicia.

-Parece que le has echado el ojo al soldadito de platino, ¿eh?

-No digas tonterías. – Respondí – No dejaba de mirarnos antes con esa expresión tan extraña… Simplemente me parece sospechoso.

-Si te parece bien, yo me retiro y os dejo compartir el servidor oniria en la intimidad…
Ambas nos reímos pero en esta ocasión las bromas de mi hermana no consiguieron aliviar mi inquietud.
           
            Pocos minutos después teníamos frente a nosotras un portal de lunarita tan grande como los edificios que nos rodeaban antes de cruzar el río. El Sol poniente reflejado en el cristal hacía que la torre pareciera una antorcha gigante de tonos naranja rojizo y violeta. Miles de personas entraban por los portales. El edificio era público hasta la planta cien. Había centros comerciales, gimnasios, hoteles y hasta parques de atracciones. Sí, en plural. Respirando hondo y manteniendo la calma, cruzamos el portal y la Gran Torre Central de Shanghái nos engulló.

            Su interior era tan sobrecogedor como su exterior. Las primeras cinco plantas formaban una sola, con elevadores de ingravidez y ascensores para desplazarse hacia arriba. La opulenta decoración se valía del tono oscuro del grafeno en contraste con mármol blanco. Había también vetas de oro negro recorriéndolas, pero apenas se distinguían debido a la cantidad desorbitada de paneles y hologramas con publicidad. Ni un solo cable en su interior. Ni una sola tubería. Un ambiente minimalista pero de lujosa armonía que contrastaba con los visitantes que apenas se paraban a apreciar la magnificencia del edificio donde se encontraban. Nyx me acercó unas gafas de montura blanca en las que había introducido el holograma del plano en tres dimensiones, así como mis indicaciones en rotulador. Al ponérmelas, una sinfonía de líneas brillantes atravesó mi campo de visión.

-El ascensor que conecta a los pisos públicos altos del mirador están cerca de esa cafetería. – Dijo mi hermana con aplomo. Había que cruzar gran parte del corredor principal. 

-El primer ascensor es el más fácil… - Respondí.

Mientras cruzábamos, vimos diferentes ascensores circulares que subían, junto a los elevadores de ingravidez, aunque solo hasta los pisos cuarenta y menos. Casi habíamos atravesado todo el corredor cuando ya vimos una pared sin portales y cubierta por treinta ascensores de gran capacidad. A través de las gafas, pude comparar cada ascensor y haciendo un zoom, descubrir que el cuarto ascensor era el que llegaba más alto. Al llegar nos introdujimos en él y, mientras la puerta se cerraba en círculo, mi hermana chistó e hizo un gesto de incomodidad.

-¿Pasa algo, Natsuki?

-Tu soldado platino está aquí… Le he visto justo antes de que se cierren la puerta.

-¿Hacia dónde iba?

-Creo que nos está siguiendo.

-Yo tengo la sensación de algo peor. Al ver la mirada de ese hombre en el vestíbulo del cuartel sentí que iba tras lo mismo que nosotras.
Natsuki volvió a chistar y se apretó el puño contra los labios.

-Es una conjetura muy arriesgada sin saber nada de él, pero no podemos descartarlo.

-¿Te ha visto? – Si él iba a por el último servidor oniria, como mínimo representaba un obstáculo.

-Creo que no. –Natsuki abrió su mochila y extrajo una varilla fina de metal. La puso en el panel del ascensor, que se encendió. El panel mostraba en varios idiomas las palabras “Bienvenid@s a la Gran Torre Central de Shanghái”. Indique en voz alta el piso al que desea ir, por favor.

-Planta cuatrocientos cincuenta y cuatro. – Probé. ¿Quién sabe?

El panel mostró la réplica “Este ascensor no llega hasta la planta 454, solo hasta la 100”. Entonces, Nyx pulsó en la varilla, que se iluminó con una luz verde. El panel del ascensor, blanco al principio, empezó a teñirse con el verde del dispositivo de mi hermana. Tras cambiar por completo de color, ella pulsó otro botón en la varilla y apareció un teclado holográfico, también verde. Mientras tecleaba mirando al panel, me hablaba.

-Los planos están correctos. Este ascensor lleva a visitantes solo hasta la centésima planta, pero llega hasta la doscientos doce. Déjame un segundo y accederé al control para subir hasta arriba. 

En el fondo del ascensor había un espejo y una ventana. Estábamos vestidas igual, con unos leggins negros con, camiseta de tirantes gris y zapatillas. Las mías doradas y blancas y las suyas azules y negras. Nuestro peinado era el mismo, recogido en una coleta a excepción del flequillo. Éramos tan idénticas que de no ser por el color de las zapatillas, hasta a mí me habría costado distinguirme de ella. 

-Listo. ¡Piso doscientos doce!                         
 
El panel mostró las palabras “Subiendo” y su luz, ahora verde, se atenuó.
Tras una breve sacudida, el ascensor salió disparado hacia arriba, subiendo casi a piso por segundo. Miré por la ventana. La ciudad de Shanghái al otro lado del edificio estaba completamente atenuada debido a que la torre tapaba el sol al atardecer. La aerocarretera cruzaba la ciudad como vías de tren etéreas que iban en todas direcciones, pero no había demasiado tráfico. Miré hacia el norte. La ciudad refulgía con serenidad reflejando la luz del Sol. El horizonte que veía desde aquí era el que íbamos a atravesar en cuanto la misión terminara. De pronto el panel emitió un leve pitido grave y se encendió. “Ascensor solicitado en la planta 93. Parada prevista dentro de 10 plantas”, “9 plantas”, “8 plantas”.

-¡Ahora no! – Natsuki accedió apresurada al teclado de la varilla y tecleó rápidamente mientras el ascensor llegaba a la planta 93.

 Yo me puse frente a la puerta para impedir que nadie entre. Entonces, la puerta se abrió súbitamente y dejó ver a cerca de veinte personas despreocupadas con gestos que denotaban que estaban pasando un buen rato, dispuestas a subir al ascensor. Un niño corrió para entrar el primero, y casi lo consigue. Extendí mis brazos cerrando el acceso, y la puerta se cerró. La gorra que el niño llevaba se había quedado dentro.

-Eso ha estado cerca… – Dijo Natsuki cuando el ascensor empezó a ascender de nuevo.

-¿¡Se te había olvidado que es un ascensor público!?

-Bueno… Digamos que no suelo ir en ascensores que suben cien plantas en centros comerciales gigantes. – Había cerrado los ojos aliviada y yo suspiré.

 La gorra del niño tenía el escudo del equipo de wireboard de El Cairo. La guardé en mi mochila y miré a mi hermana. Casi parecía asustada.

           De pronto, el panel volvió a encenderse. “Ascensor solicitado en la planta 129. Parada prevista dentro de 7 plantas”.

-No. No puede ser. – Natsuki volvió a teclear a toda prisa. Yo me había quedado helada; el ascensor solo recogía gente hasta la centésima planta.

Cuando el ascensor se abrió en la planta ciento veintinueve, pudimos ver una oscura oficina normal y corriente, aunque enorme, con mesas, paneles, ordenadores y papeles. Pero en cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz distinguí al lado de cada mesa un bidón negro. Todos los bidones estaban conectados entre sí por un cable amarillo que cruzaba toda la oficina hasta la pared posterior, donde había un objeto metálico con un panel blanco donde unas letras rojas hacían brillar las palabras “COUNTDOWN TIMER PAUSED”. No podíamos con nuestro estupor. Casi sin pensarlo, avancé hacia la puerta del ascensor para salir cuando el que había pulsado la puerta apareció. El soldado del pelo platino nos miró y frunció el ceño. Casi tenía un pie dentro del ascensor cuando mi hermana cerró la puerta y el ascensor volvió a salir disparado hacia arriba. 

-No, no. ¡Vuelve abajo! – Le dije a mi hermana.

-¡No podemos, el servidor está arriba, Mizuki! – Su cara, ahora sí, reflejaba angustia y miedo.

-¿¡Tú sabes lo que hay ahí!? ¡Ese hombre va a reventar el edificio!

-Mayor razón para coger el servidor y salir corriendo.

-¿¡Y toda esa gente!?

Natsuki me miró a los ojos. Luego señaló el panel verde del ascensor: “Evacuación en proceso. Estado de emergencia”. 

-Tenemos que darnos toda la prisa que podamos. No podemos hacer mucho contra un edificio así si colapsa… 
Es o irnos sin poder ayudar o conseguir el servidor sin poder ayudar. No tenemos opción.

-¡Pero podemos bajar y detener a platino! Conozco ese detonador, además, ¡estamos armadas!

-¿Y si él también lo está? Ya no podemos pillarle por sorpresa; nos ha visto. ¿Y si hace que esto explote igualmente? He hackeado el sistema del edificio para que suenen todas las alarmas y he alertado al ejército. No sé cuánto puede tardar un edificio de quinientas plantas en ser desalojado pero hay un protocolo de evacuación por emergencia y ya lo he activado.

Gotas de sudor frío perlaban mi frente. Había miles de civiles dentro del edificio y a saber cuántos fuera de él. Además de los trabajadores de las plantas superiores y los del almacén. Si el hombre realmente planeaba hacer explosionar la Torre de Shanghái, se podía llevar muchas vidas por delante.
             
             “Planta 212. Buenas tardes”. La alarma de evacuación sonaba lejana. Las puertas del ascensor se abrieron y lo único que había era una sala absurdamente grande y prácticamente vacía con cientos de columnas que soportaban el peso de casi trescientas plantas más y ventanas pequeñas situadas a gran altura con luz fluorescente a lo largo de todo el techo. En el centro había un círculo metálico que parecía estar dividido en seis sectores. Cada uno de ellos contaba con un tubo transparente que subía atravesando el techo, donde se podía ver una apertura. Era un elevador de ingravidez tan grande como para elevar un campo de fútbol, gradas incluidas. Nos cubrimos con los trajes anti-presencia y corrimos hacia su base. La luz parpadeó un instante, que nos hizo detenernos por un segundo.

-Vamos, ¡Corre! – Apremié a Natsuki.

El elevador se encendió en cuanto nos subimos en él. De un salto nos elevamos un par de metros hasta llegar al tubo, que nos aspiró haciéndonos caer hacia arriba vertiginosamente. Las luces de la sala bailaban ante mis ojos y la velocidad las distorsionaba haciendo que parecieran largas líneas de luz. Mi hermana estaba sentada de rodillas sobre el aire, mirándome con una sonrisa. Imité su postura y miré alrededor de nuevo. Subíamos tan rápido que mi vista no habría podido distinguir nada, pero a través de las gafas podíamos ver que los números de las plantas ascendían más rápidamente que en el ascensor. Casi todas las plantas eran oficinas. Los trabajadores accedían a ellas desde arriba a través del hangar. Los que no tenían deslizadores subían por aquí y supongo que los ladrones también. Al llegar al final del tubo, la luz volvió a fallar. También sonó un pequeño estallido y la gravedad volvió a la normalidad. Natsuki había conseguido poner los pies en el suelo, pero yo no. El cambio de gravedad me noqueó por un instante y caí oyendo a mi hermana gritar mi nombre, pero pudo agarrarme a tiempo y sujetarse al anillo del elevador.
       
        Seguía mareada y me sangraba la nariz. Mi hermana casi me asfixia en un abrazo mudo que lo decía todo. Estábamos en una sala pequeña sin ventanas. Baldosas en suelo y paredes y cinco o seis mesas de oficina. Frente a nosotras había una pared metálica  entreabierta. Según las gafas era el acceso a las escaleras manuales que llevaban al almacén. Estábamos en la planta cuatrocientos cincuenta y cuatro. Nyx me obligó a tomarme un descanso un par de minutos y cuando me sentí mejor abrimos la puerta que daba a una sala de escaleras metálicas iluminadas por una luz roja. Entonces, al empezar a subir, sonó. Una fuerte explosión hizo que todo temblara violentamente y caímos. El suelo se tambaleaba y las paredes vibraban. Los ordenadores de la sala de al lado caían y se estrellaban contra el suelo, los tubos del elevador se resquebrajaban junto a las paredes. 

El edificio empezaba a colapsar.