Backup #3 -
Shadow_Nyx
Las puertas del ascensor
se abrieron. Nyx y yo salimos camino a la calle con paso lento y tranquilo. Nuestras
pulsaciones se habían sincronizado; no podíamos permitirnos sentir nerviosismo.
Las luces led que iluminaban suelo y techo conferían un azulado ambiente de paz,
complementado con la protección de las ventanas de cristal de Ares, que
aislaban el vestíbulo donde nos hallábamos del bullicio de Shanghái. Al vernos,
hombres y mujeres que trabajaban en aquellas instalaciones se irguieron en
firmes y nos brindaron un solemne saludo digno del mejor ejército. Las
pantallas de las paredes mostraron la bandera de Japón y acto seguido comenzó a
sonar el himno. Mi hermana presionó un botón en su muñeca y de repente todas
las luces se apagaron durante un par de segundos. En la oscuridad y en voz
baja, se encargó de calmarles antes de que empezaran a cantar:
-Agradecemos vuestra
cálida acogida, soldados. Sin embargo, hoy no estamos aquí en calidad de
militares, sino en una misión clasificada y personal. Os rogamos que actuéis
con naturalidad y no deis informe alguno acerca de nuestra presencia en China.
Un soldado estuvo a punto
de gritar “¡sí señora!”, pero el que estaba junto a él le propinó un codazo en
las costillas. Al volver la luz, la formación se había disuelto y todos fingían
indiferencia, pero se volteaban a mirarnos cuando pasábamos por su lado. Todos
excepto uno. Un soldado con el pelo teñido de platino, de facciones duras y tez
bronceada. Era alto y fuerte. Vestía una camiseta blanca ceñida y pantalones y
botas militares. Estaba apoyado en una columna, cruzado de brazos y mirándonos
fijamente desde que salimos del ascensor. Su mirada permanecía en calma, pero
parecía que podía ver a través de mí. Sin darme cuenta, me había quedado quieta.
Mi hermana me miró y luego miró al soldado y me atrajo de un tirón para dar los
últimos pasos para salir del edificio.
Habíamos aterrizado en un cuartel militar que nuestro
padre y yo visitábamos con frecuencia para proveer al anexionado ejército chino
de tecnología armamentística. Normalmente tras cantar el himno japonés, los
soldados anunciaban nuestra presencia por todo lo alto, llegando incluso a
organizar desfiles en formación conmigo y mi padre a la cabeza. China en
general se sentía en deuda con Japón. Durante la Guerra Espacial, Rusia, China
y Estados Unidos entraron en una honda crisis económica y de recursos naturales
que golpeó duramente a su población. Al quedarse sin materias primas, las tres
naciones procuraron importar de todas partes del mundo, y Japón, que había
conseguido llegar a Ares en dos mil setenta y ocho, era el único país de la
Tierra que podía ayudar a los tres a la vez. Y lo hizo. El planeta rojo fue una
fuente de ingresos de por vida para nosotros y la deuda de las tres grandes
naciones se incrementó hasta lo absurdo. Además, la intervención de nuestros
hackers y las flotas de Japón en Ares que habían sido construidas en el más
estricto de los secretos, dieron la vuelta a la guerra. Así, Japón consiguió hacerse
con el sector terrestre y lunar en el espacio y Rusia, China y Estados Unidos
quedaron tan tocados que suplicaron
anexionarse a nosotros para sobrevivir, todo ello en dos mil noventa y
tres. Mi hermana y yo teníamos dieciocho años cuando fuimos a la guerra.
Diecinueve cuando volvimos victoriosas.
Shanghái era una marea de metal, cables y gente. Sus
edificios se burlaban de la gravedad adquiriendo todo tipo de formas y figuras.
El río黃浦江Huáng Pǔ cruzaba
la ciudad y estaba plagado de puentes que conectaban una costa con la otra. Al
otro lado del río no había tantos edificios. Pero uno de ellos lo compensaba.
La Gran Torre Central de Shanghái impresionaba aún más en directo. Era necesario
girar la cabeza para poder mirar su base de punta a punta. Tenía cientos de
portales gigantescos de lunita, un metal precioso negro brillante hecho con
roca lunar. Por encima de los portales se erguía una vasta construcción que
miraba a las nubes por encima del hombro. La inmensidad del tamaño de ese
edificio estuvo a punto de romper mi compostura, pero fue suficiente ver la
cara de emoción contenida de mi hermana para recuperarme. Inmensas tuberías rodeaban al edificio
creando una espiral ascendente, cuyo final escapaba a la vista del ojo humano.
El reflejo en sus ventanales de óxido de aluminio le daba un aspecto celestial;
parecía que el metal y el grafeno habían secuestrado al cielo. Sin mediar
palabra y con la boca seca, nos pusimos en marcha para cruzar el río.
A
pesar de haber plagado el cielo de aerodeslizadores hace décadas, aún había
gente que conducía por el suelo. El tráfico en carretera estaba regulado por
los puentes. Muchos de ellos giraban o se bifurcaban para distribuir mejor a
los conductores. Sin embargo en la aerocarretera y en el espacio aéreo, los
deslizadores podían desplazarse en tres dimensiones y eran regulados por torres
y satélites con información sobre tráfico aéreo. Además, los deslizadores
tenían de fábrica un inhibidor que les impedía corromper el tráfico aéreo en la
ciudad. Era incorruptible, según tenía entendido. Era, sí, porque mi hermana
señalaba un deslizador que, aunque prudente, estaba siendo dirigido al margen
del tráfico. No llamaba mucho la atención ni causaba problemas, simplemente iba
por donde no debía. Mientras cruzábamos el puente a pie, el deslizador pasó a
nuestro lado en la misma dirección. Al no ir demasiado rápido, en el asiento
del conductor pude reconocer a un hombre de facciones duras y cabello platino.
Mi
hermana me miró sonriendo con malicia.
-Parece que le has echado el ojo al soldadito de
platino, ¿eh?
-No digas tonterías. – Respondí – No dejaba de
mirarnos antes con esa expresión tan extraña… Simplemente me parece sospechoso.
-Si te parece bien, yo me retiro y os dejo
compartir el servidor oniria en la intimidad…
Ambas nos reímos pero en esta ocasión las bromas de
mi hermana no consiguieron aliviar mi inquietud.
Pocos
minutos después teníamos frente a nosotras un portal de lunarita tan grande
como los edificios que nos rodeaban antes de cruzar el río. El Sol poniente
reflejado en el cristal hacía que la torre pareciera una antorcha gigante de
tonos naranja rojizo y violeta. Miles de personas entraban por los portales. El
edificio era público hasta la planta cien. Había centros comerciales,
gimnasios, hoteles y hasta parques de atracciones. Sí, en plural. Respirando
hondo y manteniendo la calma, cruzamos el portal y la Gran Torre Central de
Shanghái nos engulló.
Su
interior era tan sobrecogedor como su exterior. Las primeras cinco plantas formaban
una sola, con elevadores de ingravidez y ascensores para desplazarse hacia
arriba. La opulenta decoración se valía del tono oscuro del grafeno en
contraste con mármol blanco. Había también vetas de oro negro recorriéndolas,
pero apenas se distinguían debido a la cantidad desorbitada de paneles y
hologramas con publicidad. Ni un solo cable en su interior. Ni una sola
tubería. Un ambiente minimalista pero de lujosa armonía que contrastaba con los
visitantes que apenas se paraban a apreciar la magnificencia del edificio donde
se encontraban. Nyx me acercó unas gafas de montura blanca en las que había
introducido el holograma del plano en tres dimensiones, así como mis
indicaciones en rotulador. Al ponérmelas, una sinfonía de líneas brillantes
atravesó mi campo de visión.
-El ascensor que conecta a los pisos públicos altos
del mirador están cerca de esa cafetería. – Dijo mi hermana con aplomo. Había
que cruzar gran parte del corredor principal.
-El primer ascensor es el más fácil… - Respondí.
Mientras cruzábamos, vimos diferentes ascensores
circulares que subían, junto a los elevadores de ingravidez, aunque solo hasta
los pisos cuarenta y menos. Casi habíamos atravesado todo el corredor cuando ya
vimos una pared sin portales y cubierta por treinta ascensores de gran
capacidad. A través de las gafas, pude comparar cada ascensor y haciendo un
zoom, descubrir que el cuarto ascensor era el que llegaba más alto. Al llegar nos
introdujimos en él y, mientras la puerta se cerraba en círculo, mi hermana
chistó e hizo un gesto de incomodidad.
-¿Pasa algo, Natsuki?
-Tu soldado platino está aquí… Le he visto justo
antes de que se cierren la puerta.
-¿Hacia dónde iba?
-Creo que nos está siguiendo.
-Yo tengo la sensación de algo peor. Al ver la
mirada de ese hombre en el vestíbulo del cuartel sentí que iba tras lo mismo
que nosotras.
Natsuki volvió a chistar y
se apretó el puño contra los labios.
-Es una conjetura muy
arriesgada sin saber nada de él, pero no podemos descartarlo.
-¿Te ha visto? – Si él iba
a por el último servidor oniria, como mínimo representaba un obstáculo.
-Creo que no. –Natsuki abrió
su mochila y extrajo una varilla fina de metal. La puso en el panel del ascensor,
que se encendió. El panel mostraba en varios idiomas las palabras “Bienvenid@s
a la Gran Torre Central de Shanghái”. Indique en voz alta el piso al que desea
ir, por favor.
-Planta cuatrocientos
cincuenta y cuatro. – Probé. ¿Quién sabe?
El panel mostró la réplica
“Este ascensor no llega hasta la planta 454, solo hasta la 100”. Entonces, Nyx
pulsó en la varilla, que se iluminó con una luz verde. El panel del ascensor,
blanco al principio, empezó a teñirse con el verde del dispositivo de mi hermana.
Tras cambiar por completo de color, ella pulsó otro botón en la varilla y
apareció un teclado holográfico, también verde. Mientras tecleaba mirando al
panel, me hablaba.
-Los planos están
correctos. Este ascensor lleva a visitantes solo hasta la centésima planta,
pero llega hasta la doscientos doce. Déjame un segundo y accederé al control
para subir hasta arriba.
En el fondo del ascensor
había un espejo y una ventana. Estábamos vestidas igual, con unos leggins
negros con, camiseta de tirantes gris y zapatillas. Las mías doradas y blancas
y las suyas azules y negras. Nuestro peinado era el mismo, recogido en una coleta
a excepción del flequillo. Éramos tan idénticas que de no ser por el color de
las zapatillas, hasta a mí me habría costado distinguirme de ella.
-Listo.
¡Piso doscientos doce!
El
panel mostró las palabras “Subiendo” y su luz, ahora verde, se atenuó.
Tras
una breve sacudida, el ascensor salió disparado hacia arriba, subiendo casi a
piso por segundo. Miré por la ventana. La ciudad de Shanghái al otro lado del
edificio estaba completamente atenuada debido a que la torre tapaba el sol al
atardecer. La aerocarretera cruzaba la ciudad como vías de tren etéreas que
iban en todas direcciones, pero no había demasiado tráfico. Miré hacia el
norte. La ciudad refulgía con serenidad reflejando la luz del Sol. El horizonte
que veía desde aquí era el que íbamos a atravesar en cuanto la misión
terminara. De pronto el panel emitió un leve pitido grave y se encendió. “Ascensor
solicitado en la planta 93. Parada prevista dentro de 10 plantas”, “9 plantas”,
“8 plantas”.
-¡Ahora
no! – Natsuki accedió apresurada al teclado de la varilla y tecleó rápidamente
mientras el ascensor llegaba a la planta 93.
Yo me puse frente a la puerta para
impedir que nadie entre. Entonces, la puerta se abrió súbitamente y dejó ver a
cerca de veinte personas despreocupadas con gestos que denotaban que estaban
pasando un buen rato, dispuestas a subir al ascensor. Un niño corrió para
entrar el primero, y casi lo consigue. Extendí mis brazos cerrando el acceso, y
la puerta se cerró. La gorra que el niño llevaba se había quedado dentro.
-Eso
ha estado cerca… – Dijo Natsuki cuando el ascensor empezó a ascender de nuevo.
-¿¡Se
te había olvidado que es un ascensor público!?
-Bueno…
Digamos que no suelo ir en ascensores que suben cien plantas en centros
comerciales gigantes. – Había cerrado los ojos aliviada y yo suspiré.
La gorra del niño tenía el escudo del equipo
de wireboard de El Cairo. La guardé en mi mochila y miré a mi hermana. Casi
parecía asustada.
De pronto, el panel volvió a
encenderse. “Ascensor solicitado en la planta 129. Parada prevista dentro de 7
plantas”.
-No.
No puede ser. – Natsuki volvió a teclear a toda prisa. Yo me había quedado
helada; el ascensor solo recogía gente hasta la centésima planta.
Cuando
el ascensor se abrió en la planta ciento veintinueve, pudimos ver una oscura oficina
normal y corriente, aunque enorme, con mesas, paneles, ordenadores y papeles. Pero
en cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz distinguí al lado de cada mesa un bidón
negro. Todos los bidones estaban conectados entre sí por un cable amarillo que
cruzaba toda la oficina hasta la pared posterior, donde había un objeto
metálico con un panel blanco donde unas letras rojas hacían brillar las
palabras “COUNTDOWN TIMER PAUSED”. No podíamos con nuestro estupor. Casi sin
pensarlo, avancé hacia la puerta del ascensor para salir cuando el que había
pulsado la puerta apareció. El soldado del pelo platino nos miró y frunció el
ceño. Casi tenía un pie dentro del ascensor cuando mi hermana cerró la puerta y
el ascensor volvió a salir disparado hacia arriba.
-No,
no. ¡Vuelve abajo! – Le dije a mi hermana.
-¡No
podemos, el servidor está arriba, Mizuki! – Su cara, ahora sí, reflejaba
angustia y miedo.
-¿¡Tú
sabes lo que hay ahí!? ¡Ese hombre va a reventar el edificio!
-Mayor
razón para coger el servidor y salir corriendo.
-¿¡Y
toda esa gente!?
Natsuki
me miró a los ojos. Luego señaló el panel verde del ascensor: “Evacuación en
proceso. Estado de emergencia”.
-Tenemos
que darnos toda la prisa que podamos. No podemos hacer mucho contra un edificio
así si colapsa…
Es o irnos sin poder ayudar o conseguir el servidor sin poder
ayudar. No tenemos opción.
-¡Pero
podemos bajar y detener a platino! Conozco ese detonador, además, ¡estamos
armadas!
-¿Y
si él también lo está? Ya no podemos pillarle por sorpresa; nos ha visto. ¿Y si
hace que esto explote igualmente? He hackeado el sistema del edificio para que
suenen todas las alarmas y he alertado al ejército. No sé cuánto puede tardar
un edificio de quinientas plantas en ser desalojado pero hay un protocolo de
evacuación por emergencia y ya lo he activado.
Gotas
de sudor frío perlaban mi frente. Había miles de civiles dentro del edificio y
a saber cuántos fuera de él. Además de los trabajadores de las plantas
superiores y los del almacén. Si el hombre realmente planeaba hacer explosionar
la Torre de Shanghái, se podía llevar muchas vidas por delante.
“Planta 212. Buenas tardes”. La
alarma de evacuación sonaba lejana. Las puertas del ascensor se abrieron y lo
único que había era una sala absurdamente grande y prácticamente vacía con
cientos de columnas que soportaban el peso de casi trescientas plantas más y
ventanas pequeñas situadas a gran altura con luz fluorescente a lo largo de
todo el techo. En el centro había un círculo metálico que parecía estar dividido
en seis sectores. Cada uno de ellos contaba con un tubo transparente que subía
atravesando el techo, donde se podía ver una apertura. Era un elevador de
ingravidez tan grande como para elevar un campo de fútbol, gradas incluidas. Nos
cubrimos con los trajes anti-presencia y corrimos hacia su base. La luz
parpadeó un instante, que nos hizo detenernos por un segundo.
-Vamos,
¡Corre! – Apremié a Natsuki.
El
elevador se encendió en cuanto nos subimos en él. De un salto nos elevamos un
par de metros hasta llegar al tubo, que nos aspiró haciéndonos caer hacia
arriba vertiginosamente. Las luces de la sala bailaban ante mis ojos y la
velocidad las distorsionaba haciendo que parecieran largas líneas de luz. Mi
hermana estaba sentada de rodillas sobre el aire, mirándome con una sonrisa.
Imité su postura y miré alrededor de nuevo. Subíamos tan rápido que mi vista no
habría podido distinguir nada, pero a través de las gafas podíamos ver que los
números de las plantas ascendían más rápidamente que en el ascensor. Casi todas
las plantas eran oficinas. Los trabajadores accedían a ellas desde arriba a
través del hangar. Los que no tenían deslizadores subían por aquí y supongo que
los ladrones también. Al llegar al final del tubo, la luz volvió a fallar. También
sonó un pequeño estallido y la gravedad volvió a la normalidad. Natsuki había
conseguido poner los pies en el suelo, pero yo no. El cambio de gravedad me
noqueó por un instante y caí oyendo a mi hermana gritar mi nombre, pero pudo
agarrarme a tiempo y sujetarse al anillo del elevador.
Seguía mareada y me sangraba la nariz.
Mi hermana casi me asfixia en un abrazo mudo que lo decía todo. Estábamos en
una sala pequeña sin ventanas. Baldosas en suelo y paredes y cinco o seis mesas
de oficina. Frente a nosotras había una pared metálica entreabierta. Según las gafas era el acceso a
las escaleras manuales que llevaban al almacén. Estábamos en la planta
cuatrocientos cincuenta y cuatro. Nyx me obligó a tomarme un descanso un par de
minutos y cuando me sentí mejor abrimos la puerta que daba a una sala de
escaleras metálicas iluminadas por una luz roja. Entonces, al empezar a subir,
sonó. Una fuerte explosión hizo que todo temblara violentamente y caímos. El
suelo se tambaleaba y las paredes vibraban. Los ordenadores de la sala de al
lado caían y se estrellaban contra el suelo, los tubos del elevador se
resquebrajaban junto a las paredes.
El
edificio empezaba a colapsar.
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