viernes, 27 de febrero de 2015

Oniria Server 3



Backup #3  -  Shadow_Nyx

Las puertas del ascensor se abrieron. Nyx y yo salimos camino a la calle con paso lento y tranquilo. Nuestras pulsaciones se habían sincronizado; no podíamos permitirnos sentir nerviosismo. Las luces led que iluminaban suelo y techo conferían un azulado ambiente de paz, complementado con la protección de las ventanas de cristal de Ares, que aislaban el vestíbulo donde nos hallábamos del bullicio de Shanghái. Al vernos, hombres y mujeres que trabajaban en aquellas instalaciones se irguieron en firmes y nos brindaron un solemne saludo digno del mejor ejército. Las pantallas de las paredes mostraron la bandera de Japón y acto seguido comenzó a sonar el himno. Mi hermana presionó un botón en su muñeca y de repente todas las luces se apagaron durante un par de segundos. En la oscuridad y en voz baja, se encargó de calmarles antes de que empezaran a cantar:

-Agradecemos vuestra cálida acogida, soldados. Sin embargo, hoy no estamos aquí en calidad de militares, sino en una misión clasificada y personal. Os rogamos que actuéis con naturalidad y no deis informe alguno acerca de nuestra presencia en China.

Un soldado estuvo a punto de gritar “¡sí señora!”, pero el que estaba junto a él le propinó un codazo en las costillas. Al volver la luz, la formación se había disuelto y todos fingían indiferencia, pero se volteaban a mirarnos cuando pasábamos por su lado. Todos excepto uno. Un soldado con el pelo teñido de platino, de facciones duras y tez bronceada. Era alto y fuerte. Vestía una camiseta blanca ceñida y pantalones y botas militares. Estaba apoyado en una columna, cruzado de brazos y mirándonos fijamente desde que salimos del ascensor. Su mirada permanecía en calma, pero parecía que podía ver a través de mí. Sin darme cuenta, me había quedado quieta. Mi hermana me miró y luego miró al soldado y me atrajo de un tirón para dar los últimos pasos para salir del edificio.
            Habíamos aterrizado en un cuartel militar que nuestro padre y yo visitábamos con frecuencia para proveer al anexionado ejército chino de tecnología armamentística. Normalmente tras cantar el himno japonés, los soldados anunciaban nuestra presencia por todo lo alto, llegando incluso a organizar desfiles en formación conmigo y mi padre a la cabeza. China en general se sentía en deuda con Japón. Durante la Guerra Espacial, Rusia, China y Estados Unidos entraron en una honda crisis económica y de recursos naturales que golpeó duramente a su población. Al quedarse sin materias primas, las tres naciones procuraron importar de todas partes del mundo, y Japón, que había conseguido llegar a Ares en dos mil setenta y ocho, era el único país de la Tierra que podía ayudar a los tres a la vez. Y lo hizo. El planeta rojo fue una fuente de ingresos de por vida para nosotros y la deuda de las tres grandes naciones se incrementó hasta lo absurdo. Además, la intervención de nuestros hackers y las flotas de Japón en Ares que habían sido construidas en el más estricto de los secretos, dieron la vuelta a la guerra. Así, Japón consiguió hacerse con el sector terrestre y lunar en el espacio y Rusia, China y Estados Unidos quedaron tan tocados que suplicaron  anexionarse a nosotros para sobrevivir, todo ello en dos mil noventa y tres. Mi hermana y yo teníamos dieciocho años cuando fuimos a la guerra. Diecinueve cuando volvimos victoriosas.

            Shanghái era una marea de metal, cables y gente. Sus edificios se burlaban de la gravedad adquiriendo todo tipo de formas y figuras. El río黃浦Huáng Pǔ cruzaba la ciudad y estaba plagado de puentes que conectaban una costa con la otra. Al otro lado del río no había tantos edificios. Pero uno de ellos lo compensaba. La Gran Torre Central de Shanghái impresionaba aún más en directo. Era necesario girar la cabeza para poder mirar su base de punta a punta. Tenía cientos de portales gigantescos de lunita, un metal precioso negro brillante hecho con roca lunar. Por encima de los portales se erguía una vasta construcción que miraba a las nubes por encima del hombro. La inmensidad del tamaño de ese edificio estuvo a punto de romper mi compostura, pero fue suficiente ver la cara de emoción contenida de mi hermana para recuperarme.  Inmensas tuberías rodeaban al edificio creando una espiral ascendente, cuyo final escapaba a la vista del ojo humano. El reflejo en sus ventanales de óxido de aluminio le daba un aspecto celestial; parecía que el metal y el grafeno habían secuestrado al cielo. Sin mediar palabra y con la boca seca, nos pusimos en marcha para cruzar el río.

            A pesar de haber plagado el cielo de aerodeslizadores hace décadas, aún había gente que conducía por el suelo. El tráfico en carretera estaba regulado por los puentes. Muchos de ellos giraban o se bifurcaban para distribuir mejor a los conductores. Sin embargo en la aerocarretera y en el espacio aéreo, los deslizadores podían desplazarse en tres dimensiones y eran regulados por torres y satélites con información sobre tráfico aéreo. Además, los deslizadores tenían de fábrica un inhibidor que les impedía corromper el tráfico aéreo en la ciudad. Era incorruptible, según tenía entendido. Era, sí, porque mi hermana señalaba un deslizador que, aunque prudente, estaba siendo dirigido al margen del tráfico. No llamaba mucho la atención ni causaba problemas, simplemente iba por donde no debía. Mientras cruzábamos el puente a pie, el deslizador pasó a nuestro lado en la misma dirección. Al no ir demasiado rápido, en el asiento del conductor pude reconocer a un hombre de facciones duras y cabello platino.

            Mi hermana me miró sonriendo con malicia.

-Parece que le has echado el ojo al soldadito de platino, ¿eh?

-No digas tonterías. – Respondí – No dejaba de mirarnos antes con esa expresión tan extraña… Simplemente me parece sospechoso.

-Si te parece bien, yo me retiro y os dejo compartir el servidor oniria en la intimidad…
Ambas nos reímos pero en esta ocasión las bromas de mi hermana no consiguieron aliviar mi inquietud.
           
            Pocos minutos después teníamos frente a nosotras un portal de lunarita tan grande como los edificios que nos rodeaban antes de cruzar el río. El Sol poniente reflejado en el cristal hacía que la torre pareciera una antorcha gigante de tonos naranja rojizo y violeta. Miles de personas entraban por los portales. El edificio era público hasta la planta cien. Había centros comerciales, gimnasios, hoteles y hasta parques de atracciones. Sí, en plural. Respirando hondo y manteniendo la calma, cruzamos el portal y la Gran Torre Central de Shanghái nos engulló.

            Su interior era tan sobrecogedor como su exterior. Las primeras cinco plantas formaban una sola, con elevadores de ingravidez y ascensores para desplazarse hacia arriba. La opulenta decoración se valía del tono oscuro del grafeno en contraste con mármol blanco. Había también vetas de oro negro recorriéndolas, pero apenas se distinguían debido a la cantidad desorbitada de paneles y hologramas con publicidad. Ni un solo cable en su interior. Ni una sola tubería. Un ambiente minimalista pero de lujosa armonía que contrastaba con los visitantes que apenas se paraban a apreciar la magnificencia del edificio donde se encontraban. Nyx me acercó unas gafas de montura blanca en las que había introducido el holograma del plano en tres dimensiones, así como mis indicaciones en rotulador. Al ponérmelas, una sinfonía de líneas brillantes atravesó mi campo de visión.

-El ascensor que conecta a los pisos públicos altos del mirador están cerca de esa cafetería. – Dijo mi hermana con aplomo. Había que cruzar gran parte del corredor principal. 

-El primer ascensor es el más fácil… - Respondí.

Mientras cruzábamos, vimos diferentes ascensores circulares que subían, junto a los elevadores de ingravidez, aunque solo hasta los pisos cuarenta y menos. Casi habíamos atravesado todo el corredor cuando ya vimos una pared sin portales y cubierta por treinta ascensores de gran capacidad. A través de las gafas, pude comparar cada ascensor y haciendo un zoom, descubrir que el cuarto ascensor era el que llegaba más alto. Al llegar nos introdujimos en él y, mientras la puerta se cerraba en círculo, mi hermana chistó e hizo un gesto de incomodidad.

-¿Pasa algo, Natsuki?

-Tu soldado platino está aquí… Le he visto justo antes de que se cierren la puerta.

-¿Hacia dónde iba?

-Creo que nos está siguiendo.

-Yo tengo la sensación de algo peor. Al ver la mirada de ese hombre en el vestíbulo del cuartel sentí que iba tras lo mismo que nosotras.
Natsuki volvió a chistar y se apretó el puño contra los labios.

-Es una conjetura muy arriesgada sin saber nada de él, pero no podemos descartarlo.

-¿Te ha visto? – Si él iba a por el último servidor oniria, como mínimo representaba un obstáculo.

-Creo que no. –Natsuki abrió su mochila y extrajo una varilla fina de metal. La puso en el panel del ascensor, que se encendió. El panel mostraba en varios idiomas las palabras “Bienvenid@s a la Gran Torre Central de Shanghái”. Indique en voz alta el piso al que desea ir, por favor.

-Planta cuatrocientos cincuenta y cuatro. – Probé. ¿Quién sabe?

El panel mostró la réplica “Este ascensor no llega hasta la planta 454, solo hasta la 100”. Entonces, Nyx pulsó en la varilla, que se iluminó con una luz verde. El panel del ascensor, blanco al principio, empezó a teñirse con el verde del dispositivo de mi hermana. Tras cambiar por completo de color, ella pulsó otro botón en la varilla y apareció un teclado holográfico, también verde. Mientras tecleaba mirando al panel, me hablaba.

-Los planos están correctos. Este ascensor lleva a visitantes solo hasta la centésima planta, pero llega hasta la doscientos doce. Déjame un segundo y accederé al control para subir hasta arriba. 

En el fondo del ascensor había un espejo y una ventana. Estábamos vestidas igual, con unos leggins negros con, camiseta de tirantes gris y zapatillas. Las mías doradas y blancas y las suyas azules y negras. Nuestro peinado era el mismo, recogido en una coleta a excepción del flequillo. Éramos tan idénticas que de no ser por el color de las zapatillas, hasta a mí me habría costado distinguirme de ella. 

-Listo. ¡Piso doscientos doce!                         
 
El panel mostró las palabras “Subiendo” y su luz, ahora verde, se atenuó.
Tras una breve sacudida, el ascensor salió disparado hacia arriba, subiendo casi a piso por segundo. Miré por la ventana. La ciudad de Shanghái al otro lado del edificio estaba completamente atenuada debido a que la torre tapaba el sol al atardecer. La aerocarretera cruzaba la ciudad como vías de tren etéreas que iban en todas direcciones, pero no había demasiado tráfico. Miré hacia el norte. La ciudad refulgía con serenidad reflejando la luz del Sol. El horizonte que veía desde aquí era el que íbamos a atravesar en cuanto la misión terminara. De pronto el panel emitió un leve pitido grave y se encendió. “Ascensor solicitado en la planta 93. Parada prevista dentro de 10 plantas”, “9 plantas”, “8 plantas”.

-¡Ahora no! – Natsuki accedió apresurada al teclado de la varilla y tecleó rápidamente mientras el ascensor llegaba a la planta 93.

 Yo me puse frente a la puerta para impedir que nadie entre. Entonces, la puerta se abrió súbitamente y dejó ver a cerca de veinte personas despreocupadas con gestos que denotaban que estaban pasando un buen rato, dispuestas a subir al ascensor. Un niño corrió para entrar el primero, y casi lo consigue. Extendí mis brazos cerrando el acceso, y la puerta se cerró. La gorra que el niño llevaba se había quedado dentro.

-Eso ha estado cerca… – Dijo Natsuki cuando el ascensor empezó a ascender de nuevo.

-¿¡Se te había olvidado que es un ascensor público!?

-Bueno… Digamos que no suelo ir en ascensores que suben cien plantas en centros comerciales gigantes. – Había cerrado los ojos aliviada y yo suspiré.

 La gorra del niño tenía el escudo del equipo de wireboard de El Cairo. La guardé en mi mochila y miré a mi hermana. Casi parecía asustada.

           De pronto, el panel volvió a encenderse. “Ascensor solicitado en la planta 129. Parada prevista dentro de 7 plantas”.

-No. No puede ser. – Natsuki volvió a teclear a toda prisa. Yo me había quedado helada; el ascensor solo recogía gente hasta la centésima planta.

Cuando el ascensor se abrió en la planta ciento veintinueve, pudimos ver una oscura oficina normal y corriente, aunque enorme, con mesas, paneles, ordenadores y papeles. Pero en cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz distinguí al lado de cada mesa un bidón negro. Todos los bidones estaban conectados entre sí por un cable amarillo que cruzaba toda la oficina hasta la pared posterior, donde había un objeto metálico con un panel blanco donde unas letras rojas hacían brillar las palabras “COUNTDOWN TIMER PAUSED”. No podíamos con nuestro estupor. Casi sin pensarlo, avancé hacia la puerta del ascensor para salir cuando el que había pulsado la puerta apareció. El soldado del pelo platino nos miró y frunció el ceño. Casi tenía un pie dentro del ascensor cuando mi hermana cerró la puerta y el ascensor volvió a salir disparado hacia arriba. 

-No, no. ¡Vuelve abajo! – Le dije a mi hermana.

-¡No podemos, el servidor está arriba, Mizuki! – Su cara, ahora sí, reflejaba angustia y miedo.

-¿¡Tú sabes lo que hay ahí!? ¡Ese hombre va a reventar el edificio!

-Mayor razón para coger el servidor y salir corriendo.

-¿¡Y toda esa gente!?

Natsuki me miró a los ojos. Luego señaló el panel verde del ascensor: “Evacuación en proceso. Estado de emergencia”. 

-Tenemos que darnos toda la prisa que podamos. No podemos hacer mucho contra un edificio así si colapsa… 
Es o irnos sin poder ayudar o conseguir el servidor sin poder ayudar. No tenemos opción.

-¡Pero podemos bajar y detener a platino! Conozco ese detonador, además, ¡estamos armadas!

-¿Y si él también lo está? Ya no podemos pillarle por sorpresa; nos ha visto. ¿Y si hace que esto explote igualmente? He hackeado el sistema del edificio para que suenen todas las alarmas y he alertado al ejército. No sé cuánto puede tardar un edificio de quinientas plantas en ser desalojado pero hay un protocolo de evacuación por emergencia y ya lo he activado.

Gotas de sudor frío perlaban mi frente. Había miles de civiles dentro del edificio y a saber cuántos fuera de él. Además de los trabajadores de las plantas superiores y los del almacén. Si el hombre realmente planeaba hacer explosionar la Torre de Shanghái, se podía llevar muchas vidas por delante.
             
             “Planta 212. Buenas tardes”. La alarma de evacuación sonaba lejana. Las puertas del ascensor se abrieron y lo único que había era una sala absurdamente grande y prácticamente vacía con cientos de columnas que soportaban el peso de casi trescientas plantas más y ventanas pequeñas situadas a gran altura con luz fluorescente a lo largo de todo el techo. En el centro había un círculo metálico que parecía estar dividido en seis sectores. Cada uno de ellos contaba con un tubo transparente que subía atravesando el techo, donde se podía ver una apertura. Era un elevador de ingravidez tan grande como para elevar un campo de fútbol, gradas incluidas. Nos cubrimos con los trajes anti-presencia y corrimos hacia su base. La luz parpadeó un instante, que nos hizo detenernos por un segundo.

-Vamos, ¡Corre! – Apremié a Natsuki.

El elevador se encendió en cuanto nos subimos en él. De un salto nos elevamos un par de metros hasta llegar al tubo, que nos aspiró haciéndonos caer hacia arriba vertiginosamente. Las luces de la sala bailaban ante mis ojos y la velocidad las distorsionaba haciendo que parecieran largas líneas de luz. Mi hermana estaba sentada de rodillas sobre el aire, mirándome con una sonrisa. Imité su postura y miré alrededor de nuevo. Subíamos tan rápido que mi vista no habría podido distinguir nada, pero a través de las gafas podíamos ver que los números de las plantas ascendían más rápidamente que en el ascensor. Casi todas las plantas eran oficinas. Los trabajadores accedían a ellas desde arriba a través del hangar. Los que no tenían deslizadores subían por aquí y supongo que los ladrones también. Al llegar al final del tubo, la luz volvió a fallar. También sonó un pequeño estallido y la gravedad volvió a la normalidad. Natsuki había conseguido poner los pies en el suelo, pero yo no. El cambio de gravedad me noqueó por un instante y caí oyendo a mi hermana gritar mi nombre, pero pudo agarrarme a tiempo y sujetarse al anillo del elevador.
       
        Seguía mareada y me sangraba la nariz. Mi hermana casi me asfixia en un abrazo mudo que lo decía todo. Estábamos en una sala pequeña sin ventanas. Baldosas en suelo y paredes y cinco o seis mesas de oficina. Frente a nosotras había una pared metálica  entreabierta. Según las gafas era el acceso a las escaleras manuales que llevaban al almacén. Estábamos en la planta cuatrocientos cincuenta y cuatro. Nyx me obligó a tomarme un descanso un par de minutos y cuando me sentí mejor abrimos la puerta que daba a una sala de escaleras metálicas iluminadas por una luz roja. Entonces, al empezar a subir, sonó. Una fuerte explosión hizo que todo temblara violentamente y caímos. El suelo se tambaleaba y las paredes vibraban. Los ordenadores de la sala de al lado caían y se estrellaban contra el suelo, los tubos del elevador se resquebrajaban junto a las paredes. 

El edificio empezaba a colapsar.

sábado, 21 de febrero de 2015

Oniria Server 2


Backup #2      Shadow_Nyx

Trece de noviembre de dos mil noventa y nueve. Mi nick es Shadow_Ker. Al fin, después de casi cuatro años de búsqueda, pude dar con una pista verdadera hacia el último servidor oniria. Mi voz estaba rota. Lágrimas de felicidad corrían por mis mejillas y el cuerpo me temblaba. Apenas podía contener la emoción que me ahogaba, desde el pecho hasta la garganta mientras observaba los planos del recinto donde mi sueño descansaba desde hacía cuatro años. Hasta la tinta del rotulador parecía brillar con fuerza mientras marcaba rutas de acceso y vías de escape. El color azul de los primeros trazos marcaba la frialdad con la que debíamos infiltrarnos, mientras que el rojo representaba el premio y el camino a la victoria. Sin apenas darme cuenta, había trazado un sinfín de círculos rojos sobre la habitación donde se hallaba la última genialidad de Somnus Nott.

            Mientras guardaba los rotuladores, la euforia me impedía sentir otra cosa, por lo que no advertí que mi hermana había entrado en mi cuarto.
-Estamos cerca. – Dijo con una sonrisa mientras deslizaba el dedo índice sobre el panel de la pared para regular el nivel de la luz.
Mi sobresalto no fue fingido.
-Avisa antes de entrar, Natsuki. – El corazón me latía con fuerza por la mezcla del susto y la emoción
- ¡Lo he hecho! Nueve veces, de hecho, Mizuki. – Mi hermana me brindó una mueca amistosa y sonreímos con el rostro y con el corazón.

Yo activaba el holoproyector. Ella almacenaba el archivo de los planos en una ROMsfera: Una esfera luminosa de reducido tamaño, similar a una canica, que puede almacenar cinco saganbytes. Al introducirla en el lector, un pitido pulsante y suave indicaba que estaba listo para proceder. Delante de mi hermana apareció un teclado holográfico de luz azulada y, en la pantalla, el proyector solicitaba una identificación. Mi hermana tecleó su nick, Shadow_Nyx, junto a su contraseña. Ignorando el temblor que aún recorría mi cuerpo, me acerqué a ella para tomarnos de la mano y contener la respiración.

Miles de rayos de luz atravesaron la habitación en penumbra. Estos se reunieron en un punto y tomaron forma inmediatamente, formando un holograma perfecto, casi tangible, del almacén militar donde el servidor se encontraba. Yo esperaba un enorme complejo subterráneo disimulado en su superficie por alguna vieja fábrica abandonada. Al intercambiar nuestras miradas, entendí que ella esperaba lo mismo. El almacén estaba en lo alto de un rascacielos. Uno descomunal. Estaba rodeado por cerca de cien hangares y torretas de seguridad. La parte más baja estaba a dos kilómetros de altura. El almacén en sí se elevaba por encima de los doscientos.
-¡Más te vale superar tu vértigo, Natsu! – Mi hermana reía a carcajadas, rompiendo toda la magia.
-Si no fuera el último, no podría hacerlo. – Me tapé los ojos. Solo de imaginarme lo alto del edificio mi alma ya sentía que se caía.
-¡Venga ya! ¡Has escalado montañas cuatro veces más altas!
-Es que ese edificio ya parece una montaña…
Y era cierto. Actualmente los mayores rascacielos no solo eran absurdamente altos. Muchos de ellos podían tener ciudades enteras solo en su base. Y no precisamente pequeñas. Hong Kong fue devorada por su rascacielos, 大天堂厦 Tiãn Táng Shà (Torre del Gran Paraíso). Chicago quiso imitar la idea con el Cloud Skyscraper y, finalmente, Abu Dhabi se convirtió en el primer emirato-edificio. Todos los grandes rascacielos tenían pequeños satélites que orbitaban a su alrededor. El que observábamos no. 上海中心大厦 Shànghǎi zhōngxīn dàshà (Gran Torre central de Shanghái) era la construcción de mayor altura de la Tierra. Dos mil monstruosos metros de grafeno, hormigón y óxido de aluminio transparente más doscientos metros de almacén militar, de no tan impresionantes características.
-La diferencia entre una montaña y esto… Es que aquí hay dos mil doscientos metros asegurados de caída. – Dije, sintiendo que mis temblores se habían apoderado de mi voz.
-En ese caso tendremos que asegurarnos de no caer. – La simpleza con la que Shadow_Nyx se toma las cosas, aunque algo irracional, siempre conseguía calmar mis nervios.
Me introduje en el holograma. Mis manos navegaban por el espectro del edificio y al acceder a un menú, se dispararon sobre el plano las marcas que había hecho con el rotulador.
           
            La línea azul brillaba ante mis ojos. A través de cuatrocientas cincuenta y cuatro plantas, el ascensor nos llevaría alegremente desde la entrada del edificio hasta las escaleras que había que subir a pie hasta el almacén. Todo el ejército de China nos estaría esperando. ¿Qué podía salir mal? Los guardias y las cámaras no serían problema. Nuestros trajes anti-presencia nos ocultarían de la visión térmica de las cámaras y desde luego, de los guardias. Era una suerte que China se aliara con Japón. Ya que nuestro padre era diseñador de todo tipo de ingenios bélicos y proveía a China de todo su potencial armamentístico. Los robots y las torretas no serían tan fáciles de burlar: tenían un sistema sónar de detección que tendríamos que desactivar con bombas de pulso decibélico cada pocos metros. El grafeno reforzado del edificio poseía sendas capas de campos de fuerza, pero en el almacén brillaban por su ausencia. Un láser concentrado nos serviría de llave en cualquier puerta. El servidor, marcado por mis círculos rojos, estaba en el extremo norte de la décima planta. Si alguno de los preparativos hasta ahora no era suficiente aquí, también llevábamos cañones de electrones. Tras el robo, la línea roja llegaba hasta la azotea nordeste, la única no vigilada por torretas de largo alcance. Entonces desmontaríamos una torreta para instalarla en un gigadeslizador, volar el hangar y camuflarnos en la estratosfera. Después, la gloria.
           
            Mis pulsaciones se habían ralentizado y los temblores habían cesado. Mi hermana y yo nos mirábamos con calma. Respiramos hondo un par de veces. Me costaba sonreír, pero Natsuki ya lo hacía por mí. Nos fundimos en un abrazo que duró varios minutos. Sabíamos que era peligroso y descabellado. Sabíamos que Somnus había convocado a once genios. Sabíamos que diez de esos genios ya habían conseguido sus servidores. Pero también sabíamos que nuestras mentes funcionaban como una y que podríamos compartir el único que quedaba. Y también sabíamos que íbamos a lograrlo.




***********


Mi corazón quería salir y darse un paseo. Apenas habíamos empezado a sobrevolar Corea, llena de edificios descomunales, y ya podíamos vislumbrar la Torre de Shanghái, destacando a pesar de que estábamos aún a un par de horas de vuelo. Incluso de lejos ya era más alta que la mayoría de edificios que teníamos ante nosotros. Hasta Natsuki se había quedado sin habla. Sobre el observador del deslizador, diagramas y esquemas nos daban datos acerca de la impresionante construcción. Palpitantes luces doradas y azules formaban círculos sobre la imagen distante del rascacielos, confirmando que no poseía satélites y señalando que la mayoría de sus antenas eran casi tan altas como el resto del edificio.
-Tengo sueño. – Natsuki parecía realmente cansada. Nos había tomado tres meses preparar nuestro material y varios días más practicar en nuestra cámara de simulación.
-Descansa un poco, aún quedan unas horas. – Me levanté a taparle con unas mantas y volví a aferrarme a los mandos, pero a mí también me hacía falta un descanso.
Ordené al capitán que hiciera el resto del vuelo por mí y me acurruqué junto a mi hermana. Mientras los niveles de luminosidad descendían, vino a mi mente el recuerdo de todo lo que habíamos pasado.

            Mi hermana es una hacker de primera categoría que trabaja para el gobierno japonés. Yo soy coronel de la Fuerza Aérea del Ejército Imperial Japonés. Por muy jóvenes que seamos, nuestra posición no fue un regalo de nuestro padre; las obtuvimos por méritos propios. Un día, Natsuki y yo tuvimos que colaborar para llevar a cabo una misión de defensa del territorio japonés en la exosfera. Siempre nos habíamos llevado bien, pero nos hicimos realmente inseparables en la estación espacialアイAinu, donde durante meses convivimos después de un tiempo separadas. En ese entonces nos divertíamos jugando al こいこいkoi-koi y filosofando en nuestros ratos libres. Yo le enseñaba a pilotar y estrategia militar y ella me enseñaba acerca del mundo de la informática e Internet. Mezclando nuestros temas habituales de conversación, pensamos qué podría descubrirse si se lograra conectar un cerebro a una base de datos con el fin de registrar los sentimientos. Tras la victoria de Japón en la primera guerra terrestre fuera de la Tierra, nos volvimos a distanciar. Hasta un año después, el primer amanecer de marzo.
           
            No podía dejar de pensar en la investigación neuronal y emocional que habíamos esquematizado entonces, por lo que leí multitud de revistas y artículos, pero aquello fue diferente. El célebre científico, Somnus Nott, había desarrollado un aparato que permitía acceder a lo más recóndito del cerebro. La mañana del uno de marzo yo había viajado a Sapporo para darle una sorpresa a Natsuki y volver a debatir con ella los asuntos que tanto nos apasionaban. Pero cuando llegué, la sorpresa la recibí yo. En el espacio web de Somnus, había una entrada que había alcanzado millones de visitas. Su invento había sido robado e instaba a todo aquel que osara, a recuperarlos. Su forma oscura y arrogante de expresarse había despertado mi curiosidad hasta el punto de la obsesión. Esa misma mañana, Natsuki y yo empezamos nuestra búsqueda personal del tesoro. Quedaban cuatro años y once oportunidades de conseguir entrar en la élite. 

            Todos los que se involucraron en la búsqueda se pusieron nicks para identificarse sin ser identificados. Debido a que Somnus era el nombre romano para el dios de los sueños, los demás escogían nombres de dioses que tenían relación con él. Para mostrarle respeto al genio, los nombres escogidos eran siempre las versiones en griego de sus dioses, no en latín. Así, Shadow_Nyx y Shadow_Ker nos unimos a la comunidad de genios más importante del siglo.

            Natsuki me despertó con unas palmadas en el hombro. Habíamos llegado. Nuestro deslizador se había posado sobre el hangar de un edificio aún bastante lejano a la torre, pero importaba poco. Incluso a kilómetros, el edificio más alto de la Tierra se elevaba más allá de donde mi vista podía llegar a alcanzar. Algunas tuberías lo rodeaban formando curiosos anillos. Eran reguladores de oxígeno de un tamaño colosal, ya que arriba del todo podía resultar difícil respirar. A mí me costaba respirar y no estaba tan alto.
-¿Desde cuándo los coroneles de las Fuerzas Aéreas tienen miedo a las alturas? – Me había leído el pensamiento.
-¡Desde que los frikis de la Deep Web discuten por Nietzsche en estaciones espaciales!
Mi hermana siempre conseguía animarme. Ahora lo necesitaba más que nunca.