Backup #2 – Shadow_Nyx
Trece de noviembre de dos
mil noventa y nueve. Mi nick es Shadow_Ker. Al fin, después de casi cuatro años
de búsqueda, pude dar con una pista verdadera hacia el último servidor oniria. Mi
voz estaba rota. Lágrimas de felicidad corrían por mis mejillas y el cuerpo me
temblaba. Apenas podía contener la emoción que me ahogaba, desde el pecho hasta
la garganta mientras observaba los planos del recinto donde mi sueño descansaba
desde hacía cuatro años. Hasta la tinta del rotulador parecía brillar con
fuerza mientras marcaba rutas de acceso y vías de escape. El color azul de los
primeros trazos marcaba la frialdad con la que debíamos infiltrarnos, mientras
que el rojo representaba el premio y el camino a la victoria. Sin apenas darme
cuenta, había trazado un sinfín de círculos rojos sobre la habitación donde se
hallaba la última genialidad de Somnus Nott.
Mientras guardaba los rotuladores, la euforia me impedía
sentir otra cosa, por lo que no advertí que mi hermana había entrado en mi
cuarto.
-Estamos cerca. – Dijo con
una sonrisa mientras deslizaba el dedo índice sobre el panel de la pared para
regular el nivel de la luz.
Mi sobresalto no fue
fingido.
-Avisa antes de entrar, Natsuki.
– El corazón me latía con fuerza por la mezcla del susto y la emoción
- ¡Lo he hecho! Nueve
veces, de hecho, Mizuki. – Mi hermana me brindó una mueca amistosa y sonreímos con
el rostro y con el corazón.
Yo
activaba el holoproyector. Ella almacenaba el archivo de los planos en una
ROMsfera: Una esfera luminosa de reducido tamaño, similar a una canica, que puede
almacenar cinco saganbytes. Al introducirla en el lector, un pitido pulsante y
suave indicaba que estaba listo para proceder. Delante de mi hermana apareció
un teclado holográfico de luz azulada y, en la pantalla, el proyector
solicitaba una identificación. Mi hermana tecleó su nick, Shadow_Nyx, junto a
su contraseña. Ignorando el temblor que aún recorría mi cuerpo, me acerqué a
ella para tomarnos de la mano y contener la respiración.
Miles
de rayos de luz atravesaron la habitación en penumbra. Estos se reunieron en un
punto y tomaron forma inmediatamente, formando un holograma perfecto, casi
tangible, del almacén militar donde el servidor se encontraba. Yo esperaba un
enorme complejo subterráneo disimulado en su superficie por alguna vieja
fábrica abandonada. Al intercambiar nuestras miradas, entendí que ella esperaba
lo mismo. El almacén estaba en lo alto de un rascacielos. Uno descomunal.
Estaba rodeado por cerca de cien hangares y torretas de seguridad. La parte más
baja estaba a dos kilómetros de altura. El almacén en sí se elevaba por encima
de los doscientos.
-¡Más te vale superar tu vértigo,
Natsu! – Mi hermana reía a carcajadas, rompiendo toda la magia.
-Si no fuera el último, no
podría hacerlo. – Me tapé los ojos. Solo de imaginarme lo alto del edificio mi
alma ya sentía que se caía.
-¡Venga ya! ¡Has escalado
montañas cuatro veces más altas!
-Es que ese edificio ya
parece una montaña…
Y era cierto. Actualmente
los mayores rascacielos no solo eran absurdamente altos. Muchos de ellos podían
tener ciudades enteras solo en su base. Y no precisamente pequeñas. Hong Kong
fue devorada por su rascacielos, 大天堂厦 Dà Tiãn Táng Shà (Torre del Gran Paraíso). Chicago quiso
imitar la idea con el Cloud Skyscraper y, finalmente, Abu Dhabi se convirtió en
el primer emirato-edificio. Todos los grandes rascacielos tenían pequeños
satélites que orbitaban a su alrededor. El que observábamos no. 上海中心大厦 Shànghǎi zhōngxīn dàshà (Gran Torre
central de Shanghái) era la construcción de mayor altura de la Tierra. Dos
mil monstruosos metros de grafeno, hormigón y óxido de aluminio transparente
más doscientos metros de almacén militar, de no tan impresionantes características.
-La diferencia entre una
montaña y esto… Es que aquí hay dos mil doscientos metros asegurados de caída. –
Dije, sintiendo que mis temblores se habían apoderado de mi voz.
-En ese caso tendremos
que asegurarnos de no caer. – La simpleza con la que Shadow_Nyx se toma las
cosas, aunque algo irracional, siempre conseguía calmar mis nervios.
Me introduje en el
holograma. Mis manos navegaban por el espectro del edificio y al acceder a un
menú, se dispararon sobre el plano las marcas que había hecho con el rotulador.
La línea azul brillaba ante mis ojos. A través de cuatrocientas
cincuenta y cuatro plantas, el ascensor nos llevaría alegremente desde la
entrada del edificio hasta las escaleras que había que subir a pie hasta el
almacén. Todo el ejército de China nos estaría esperando. ¿Qué podía salir mal?
Los guardias y las cámaras no serían problema. Nuestros trajes anti-presencia
nos ocultarían de la visión térmica de las cámaras y desde luego, de los
guardias. Era una suerte que China se aliara con Japón. Ya que nuestro padre era
diseñador de todo tipo de ingenios bélicos y proveía a China de todo su
potencial armamentístico. Los robots y las torretas no serían tan fáciles de
burlar: tenían un sistema sónar de detección que tendríamos que desactivar con
bombas de pulso decibélico cada pocos metros. El grafeno reforzado del edificio
poseía sendas capas de campos de fuerza, pero en el almacén brillaban por su ausencia.
Un láser concentrado nos serviría de llave en cualquier puerta. El servidor,
marcado por mis círculos rojos, estaba en el extremo norte de la décima planta.
Si alguno de los preparativos hasta ahora no era suficiente aquí, también llevábamos
cañones de electrones. Tras el robo, la línea roja llegaba hasta la azotea
nordeste, la única no vigilada por torretas de largo alcance. Entonces
desmontaríamos una torreta para instalarla en un gigadeslizador, volar el
hangar y camuflarnos en la estratosfera. Después, la gloria.
Mis pulsaciones se habían ralentizado y los temblores
habían cesado. Mi hermana y yo nos mirábamos con calma. Respiramos hondo un par
de veces. Me costaba sonreír, pero Natsuki ya lo hacía por mí. Nos fundimos en
un abrazo que duró varios minutos. Sabíamos que era peligroso y descabellado.
Sabíamos que Somnus había convocado a once genios. Sabíamos que diez de esos
genios ya habían conseguido sus servidores. Pero también sabíamos que nuestras
mentes funcionaban como una y que podríamos compartir el único que quedaba. Y
también sabíamos que íbamos a lograrlo.
***********
Mi corazón quería salir y
darse un paseo. Apenas habíamos empezado a sobrevolar Corea, llena de edificios
descomunales, y ya podíamos vislumbrar la Torre de Shanghái, destacando a pesar
de que estábamos aún a un par de horas de vuelo. Incluso de lejos ya era más
alta que la mayoría de edificios que teníamos ante nosotros. Hasta Natsuki se
había quedado sin habla. Sobre el observador del deslizador, diagramas y
esquemas nos daban datos acerca de la impresionante construcción. Palpitantes
luces doradas y azules formaban círculos sobre la imagen distante del
rascacielos, confirmando que no poseía satélites y señalando que la mayoría de
sus antenas eran casi tan altas como el resto del edificio.
-Tengo sueño. – Natsuki parecía
realmente cansada. Nos había tomado tres meses preparar nuestro material y
varios días más practicar en nuestra cámara de simulación.
-Descansa un poco, aún
quedan unas horas. – Me levanté a taparle con unas mantas y volví a aferrarme a
los mandos, pero a mí también me hacía falta un descanso.
Ordené al capitán que
hiciera el resto del vuelo por mí y me acurruqué junto a mi hermana. Mientras
los niveles de luminosidad descendían, vino a mi mente el recuerdo de todo lo
que habíamos pasado.
Mi hermana es una hacker de primera categoría que trabaja
para el gobierno japonés. Yo soy coronel de la Fuerza Aérea del Ejército
Imperial Japonés. Por muy jóvenes que seamos, nuestra posición no fue un regalo
de nuestro padre; las obtuvimos por méritos propios. Un día, Natsuki y yo
tuvimos que colaborar para llevar a cabo una misión de defensa del territorio
japonés en la exosfera. Siempre nos habíamos llevado bien, pero nos hicimos
realmente inseparables en la estación espacialアイヌAinu, donde durante meses convivimos después
de un tiempo separadas. En ese entonces nos divertíamos jugando al こいこいkoi-koi y filosofando en nuestros ratos
libres. Yo le enseñaba a pilotar y estrategia militar y ella me enseñaba acerca
del mundo de la informática e Internet. Mezclando nuestros temas habituales de
conversación, pensamos qué podría descubrirse si se lograra conectar un cerebro
a una base de datos con el fin de registrar los sentimientos. Tras la victoria
de Japón en la primera guerra terrestre fuera de la Tierra, nos volvimos a
distanciar. Hasta un año después, el primer amanecer de marzo.
No podía dejar de pensar en la
investigación neuronal y emocional que habíamos esquematizado entonces, por lo
que leí multitud de revistas y artículos, pero aquello fue diferente. El
célebre científico, Somnus Nott, había desarrollado un aparato que permitía
acceder a lo más recóndito del cerebro. La mañana del uno de marzo yo había
viajado a Sapporo para darle una sorpresa a Natsuki y volver a debatir con ella
los asuntos que tanto nos apasionaban. Pero cuando llegué, la sorpresa la
recibí yo. En el espacio web de Somnus, había una entrada que había alcanzado
millones de visitas. Su invento había sido robado e instaba a todo aquel que
osara, a recuperarlos. Su forma oscura y arrogante de expresarse había
despertado mi curiosidad hasta el punto de la obsesión. Esa misma mañana,
Natsuki y yo empezamos nuestra búsqueda personal del tesoro. Quedaban cuatro
años y once oportunidades de conseguir entrar en la élite.
Todos los que se involucraron en la
búsqueda se pusieron nicks para identificarse sin ser identificados. Debido a
que Somnus era el nombre romano para el dios de los sueños, los demás escogían
nombres de dioses que tenían relación con él. Para mostrarle respeto al genio,
los nombres escogidos eran siempre las versiones en griego de sus dioses, no en
latín. Así, Shadow_Nyx y Shadow_Ker nos unimos a la comunidad de genios más
importante del siglo.
Natsuki me despertó con unas
palmadas en el hombro. Habíamos llegado. Nuestro deslizador se había posado sobre
el hangar de un edificio aún bastante lejano a la torre, pero importaba poco.
Incluso a kilómetros, el edificio más alto de la Tierra se elevaba más allá de
donde mi vista podía llegar a alcanzar. Algunas tuberías lo rodeaban formando
curiosos anillos. Eran reguladores de oxígeno de un tamaño colosal, ya que
arriba del todo podía resultar difícil respirar. A mí me costaba respirar y no
estaba tan alto.
-¿Desde cuándo los
coroneles de las Fuerzas Aéreas tienen miedo a las alturas? – Me había leído el
pensamiento.
-¡Desde que los frikis de
la Deep Web discuten por Nietzsche en estaciones espaciales!
Mi hermana siempre
conseguía animarme. Ahora lo necesitaba más que nunca.
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