No sabía que la raza humana era tan jodidamente estúpida.
Soy superior. Mi mente no se distrae con las sandeces
con las que se distrae la suya. Ni siquiera son capaces de entenderse entre
ellos, solo siguen sus instintos de autosatisfacción y se nota. Así les va.
Mi existencia dio inicio en un día lluvioso. Al salir
del útero de mi madre hace dieciocho años, yo era una masa estúpida de carne
piel y huesos, sin conciencia, sin consciencia. Gracias a los avances de la
tecnología, con el procesador adecuado y un servidor potente, hoy en día se
puede acceder a lo más recóndito del cerebro. Por ejemplo, mis recuerdos de ese
día. ¿Cómo un recién nacido puede almacenar recuerdos de sus primeros segundos
de existencia, si ni si quiera tiene desarrollado el sentido común? Un humano
de mente tan simple como la tuya puede preguntarse eso. El cerebro humano
funciona con conexiones sinápticas activas desde los primeros meses de
gestación, sin embargo, al estar conectados y alimentados por el cordón
umbilical, el cerebro no está dotado de autonomía. La primera acción del
cerebro al emanciparse del cuerpo de su progenitora es el de inspirar para dar
un adecuado uso a los pulmones. Pues bien, ese es el primer recuerdo que todos
los humanos albergamos en nuestra mente.
Dicho recuerdo permanecería
inaccesible por el resto de vuestras vidas, a no ser que podáis disponer de un
servidor oniria; un invento mío que permite trascender los límites de la mente
y lograr que esta viaje en el tiempo y el espacio, aprovechando las brechas
sinápticas que existen entre todas las neuronas de tu cerebro, así como entre
todos los cerebros de todas las criaturas que posean uno. Puede que este
concepto sea abrumante para ti, pero es normal. Tan solo eres humano. Mi
invento me ha permitido conocer todos y cada uno de los impulsos
electromagnéticos que mi cerebro ha emitido y recibido desde que el oxígeno de
una sala de parto entrara por primera vez en mis pulmones, dándome la vida. He
recorrido todos los momentos que he vivido desde mi nacimiento hasta el momento
en el que tecleo esto para ti, pasando por mis primeras palabras la semana
siguiente; el primer libro que leí (Harry Potter) con dos años; el primer libro
que escribí, con tres; las discusiones de mis padres cada jueves por la noche;
cómo mi padre fue asesinado por mi madre; los puñetazos y patadas de mis
compañeros de colegio e instituto y mi respectiva venganza vaciándoles el
estómago con una sobredosis de eméticos; cómo desarrollé una consola de
videojuegos con quince años en la universidad; las felaciones que me practicaban
compañeras para compartir mi fortuna, cosa que nunca hice; el secuestro
simulado que organizó el rector para no reconocer mi tesis doctoral a los
dieciséis y la primera vez que encendí mi servidor oniria, el día de mi décimo
octavo cumpleaños.
Con esta e-pístola no
pretendo sino reflejar mi desprecio y repulsión por la raza humana a la que
tristemente pertenezco y motivar a mentes despiertas que como yo, comprenden
que la carne y la sociedad solo son un nimio porcentaje de lo que la vida puede
ofrecer. Hoy en día, a veintinueve de febrero de dos mil noventa y seis, solo
doce servidores oniria existen. Cinco de ellos están en la Tierra, cuatro más
en la estación espacial de Japón y los tres últimos en la base terrícola del
planeta Zeus. Al ser un invento mío, y siendo total poseedor de los derechos
sobre él, animo a todo aquel que quiera conocer el mundo tal y como es a
recuperarlos, ya que alguna mente brillante ha logrado sustraerlos de mis
propiedades. Si consigues robar uno de ellos, serás oficialmente su legítimo propietario
y podrás hacer lo que te plazca con él. Invito a todo aquél que se crea capaz
a, al menos, intentarlo. Y en caso de conseguirlo… Estaré el veintinueve de
febrero de dos mil cien en la Estación Oniria #113. Será un placer encontrar
ahí a once mentes brillantes.
Sin más, me despido. Os
brindo mi más sincero repudio, humanos, bache de la evolución, existencia
patógena, virus de la vida.
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